miércoles, 27 de mayo de 2009

Vejez

Ya para los últimos años de mi vida, seguía siendo un miserable adicto con el corazón roto. Era el viejo extraño sentado en una esquina observando y escribiendo. Tal vez para algunos desperdicié mi vida, yo creo que no pude haber tenido una mejor. Llevaba mucho tiempo estudiando a las personas de aquí y nunca había visto a la gente tan atareada y ansiosa como las vi en los últimos meses. Preocupado por lo que pasaba decidí salir de mi mundo subterráneo y ver a las personas en la calle, quería saber si era un comportamiento colectivo en todos los lugares o simplemente un comportamiento extraño en el metro. Me asomé a la calle y observe el movimiento de la ciudad por un largo tiempo y no noté ningún cambio relevante en la ciudad. En ese momento pensé que ese día podría hacer algo diferente. Iba a sentarme, observar e imaginar pero desde otro transporte. Ya era hora de un cambio.

Ya estaba haciendo una locura, así que elegí el transporte más extravagante. En la esquina de la calle había 5 hombres, cada uno con sus respectivas motos, y cada moto tenía pegado atrás un cartel que decía “Moto Taxi”, nunca había visto u oído hablar de ese nuevo transporte pero luego pensé que la verdad yo no sabía nada de Caracas. Me acerqué y le pregunté a Carlos si estaba libre, me respondió que sí y me entregó un casco.

Me monté detrás de él y me preguntó que a dónde me dirigía. Le respondí que a ningún lado, que sólo quería pasear y observar a Caracas desde otro punto de vista, me volteó los ojos y dijo está bien. Arrancamos y no podía creer lo que veía, millones de personas en sus carros, en un tráfico impresionante, nosotros pasábamos entre los carros y yo podía ver las caras de todos, esa tristeza, ese amotinamiento de estar encerrados. La gente en el metro no está tan deprimida. También vi toneladas de basura en el suelo, la gente en el metro no es tan sucia. Lo que veía era un mundo muy diferente al subterráneo, era bonito pero estaba cubierto de apatía y odio. La gente gritaba de un carro a otro, tocando la corneta con desesperación. En ese momento sentí lástima por Carlos, todos los días tenía que trabajar bajo estas circunstancias, tragando el humo de los carros, soportando el sonido de las cornetas, las malas energías que transmiten las personas, ese odio que se siente en el ambiente. Le pedí que me regresara justo donde lo había encontrado, me bajé y le di su dinero, le di las gracias y me alejé sintiendo mucha pena por él. Después de ver la realidad de la ciudad, volví a mi mundo subterráneo. Tenía muchas dudas sobre la gente, pensé que conocía a las personas, tal vez no todos son como los acabo de ver, la gente en mi vagón son diferentes, piensan en otras cosas además de lo cotidiano, ellos tienen vidas interesantes y no transmiten odio. Bajé corriendo las escaleras y me monté en el primer vagón.

Había sido un día muy extraño, me arrepentía por haber hecho una locura, y estaba muy decepcionado de Caracas. Estaba seguro de que la gente en mi metro era diferente, así que descifré una forma de probarlo y la encontré, por primera vez iba a hablar con ellos, iba a preguntarles qué estaban pensando, iba a saber si eran tan diferentes a Caracas como yo pensaba. Me levanté y les hice a todos la misma pregunta:

¿En qué estás pensando?


En nada.
En llegar a mí casa.
En la comida
Música
En todas las cosas que tengo que hacer
Nada
¿Perdón?
Nada
(Volteó la cabeza a otro lado)
Ya va
En deudas
Nada
En la hora
¿Que?
Nada
En comer
Nada
Necesito dinero
No
Vete
Muchas cosas
Voy tarde
No juego
¿Por qué?
Estaba sorprendido, indignado, no había ninguna diferencia entre ellos y las personas que hace un rato había visto allá arriba. Eran personas burdas, monótonas, muy diferentes a lo que yo pensaba. Pocas personas me sonrieron, otras pocas me respondieron, todos andaban muy pendientes de su día, de ellos mismos, no tenían tiempo para responderle una simple pregunta a un viejo curioso. Yo, que pensé que no había malgastado mi vida en ellos, me sentía traicionado.

Creo que nunca había querido ver la realidad de esta ciudad, la gente siempre está en una constante lucha contra el tiempo, nadie se para a observar a su alrededor, viven de la misma rutina, están envejeciendo y no pueden notarlo, pierden la vida en el tráfico, en el trabajo, esperando cosas que no van a llegar. Antes, no existía esa desconfianza entre las personas, ahora, la gente anda paranoica todo el día pensando que son el blanco de algún secuestro o robo, todas las mañanas en este metro se montan millones de personas que van a un sitio para en la noche devolverse a su casa. Yo tenía historias interesantes para cada uno de ellos, vidas diferentes, me di cuenta de cuan paralelas eran las vidas que me imaginaba y del bien que hice al alejarme de toda la sociedad. Tal vez no sea nadie y que simplemente sea una sombra para algunos pero soy alguien en mi cabeza, es tan diferente todo allí que hasta las personas son alegres, interesantes y divertidas.
Me quedo con mi mundo.

Después de tanto pensar en los problemas de la gente, en su apatía, en su desinterés por todo, traté de pensar en una solución. Las personas no son malas, es culpa del ambiente en el que viven, en los problemas del país y del mundo. Si yo fuera el presidente haría muchas cosas por cambiar el país para que la gente de verdad se parezca más a como yo las imagino. Creo que lo primero que haría sería complacerme un poco, arreglaría el metro, lo haría más grande, pondría más vagones. Trataría de eliminar la violencia y delincuencia en las calles, eso cambiaría mucho a las personas. La gente estaría más segura de poder salir a la calle y caminar. Haría campañas ecológicas para que el mundo no se derrita como mi cara. Inventaría nuevas rutas para que la gente no tenga que vivir en tráfico. Si todo esto cambiara, definitivamente la gente sería diferente, Caracas sería la mejor ciudad de mundo.

Estaba sentado en el primer vagón del metro, feliz, había encontrado la solución para la locura, sólo había que hacerla llegar. Ya no pienso tan mal de la gente, no es culpa de nadie, Caracas cayó en un hueco donde no hay luz, por eso todos andan desesperados, asustados. Yo sé donde está ese interruptor, ahora lo sé, y también sé que los puedo salvar.
En el único momento de optimismo que había tenido en mi vida sentí el dolor más fuerte que nunca más sentiré. Una bala atravesó el pecho, apenas y tuve el tiempo suficiente de reconocer a Raúl.

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