miércoles, 13 de mayo de 2009

Cara(as) o sello

Caracas me recibió desde la lluvia
y así la concebí ante los desolados abismos
desde la noche y sus silencios
y el inminente caos de mis reflejos míticos y místicos.

La desmitificación
el mundo que cruje cuando se le nombra en los verbos del miedo
y la materia toma la forma de lo otro,
del reinado inmortal,
lo que consideré por un segundo origen
más allá de todo,
más allá del miedo,
en una representacion del sueño,
del fuego, del aire
que colindaba con el mito
que se atrae,
—se retrae—,
es una sola cosa que se verte en los subsuelos del imaginario,
en ese mundo que fue y que se transforma
cuando se mira
o se sueña
desde el hundimiento,
desde la esperanza y esas orillas
donde la miseria por más que se evade no pierde su olor,
sus texturas,
su cuerpo instaurado en el vértice del otro
como dos en un mismo sexo,
en una misma entrega
sin aboliciones.

Ciudad propia,
ciudad ajena que presencio desde una de las esquinas del mundo
ciudad que presencio desde lo que creo
contemplando como sus suelos me arropan con sus desdenes
con sus dedos arrugados de tanta historia
y por sus furias,
en la infatigable ironía del verbo que tenta a lo que es
y lo que se deja
en el brillo de las memorias
en La Bandera en la que el viento se arropa
tras las esquinas donde los ecos se desplazan
hacia el infinito de esta áspera proximidad.

El terminal de La bandera fue ese cerco
que me abrió una nueva mirada a la vida
naciente desde la nada,
desde lo ficticio,
lo que antes me era un nombre
un reflejo de la creencia
de los otros
tras ese conocimiento que no es más que sombras
en una ciudad cuyas esquinas tienen sombra pero no dan sombra
entre los estragos de la miseria
y lo que se recrea al otro,
al lejano
que sueña
desde los idílicos puertos del horizonte
que invaden
los ejes de la soberbia.

Maryfel Alvarado.


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