lunes, 25 de mayo de 2009

El nieto del hospital

En la sala de espera de la sección de fisioterapia sólo había dos viejitas que se quejaban porque no había vasos en el bebedero. Una leía la biblia y la otra se miraba las manos, veía de un lado a otro y miraba la televisión.

De vez en cuando salía un médico de una u otra puerta hablando con un marcado acento cubano. Cada vez que pasaba uno se me quedaba viendo de manera extraña, como preguntándose qué hacía ahí. Desde donde estaba sentado se veía la autopista y una vista muy buena de los edificios del norte de Caracas. En la sala había un cuadro de Chávez sonriendo, uno de Bolívar y otro de Chávez con Fidel.

Esta parte del hospital estaba dividida en diez puertas. Cada una implicaba un tipo de terapia distinta y supongo que detrás de alguna de ellas estaría Pablo; así que mi estadía en Fisioterapia supuso estar pendiente de cada puerta de la sala. En las puertas decía Masaje Infrarrojo, Podología, Terapia Ocupacional, Gimnasio, Diatermia, Logopedia y Foniatría, Fisiatría, Electroterapia I, Electroterapia II e Hidroterapia.

Se abrió Masaje Infrarrojo y yo miré la puerta fijamente. Salió un paciente; salió un doctor. No era Pablo. Y así me fijé con todas las puertas que se abrieron en esas dos horas.
Había decidido traerme Los detectives salvajes de Roberto Bolaños para ver si con eso podía llamar su atención. En un principio pensé en llevarme a Neruda, porque era comunista y chileno, pero después recordé que el Doctor Pablo había nacido en México, así que pensé en traer algo de un mexicano. Pensé en Paz, por ser un clásico; pensé en Villoro por contemporáneo, pero ninguno me terminaba de cuadrar; también pensé en traer La casa de los espíritus, pero me pareció que iba a ser muy obvio que un chamo que no tiene pinta de necesitar fisioterapia con La casa de los espíritus en plena sala de espera sólo quería llamar la atención de Pablo.
A veces cuando se abría una puerta y el médico no salía yo pasaba al lado de ella, como quien va para la puerta de al lado, y cuando estaba justo frente a la puerta abierta le miraba la cara al doctor y ponía mi ejemplar de Los detectives salvajes de manera que pudiera ser visto desde el consultorio. La cosa es que nunca vi a Pablo dentro de ningún consultorio; sin embargo, no se abrieron todas las puertas.

Al mediodía se me acercó una doctora y me dijo con acento cubano “¿Joven, qué hace aquí?, ¿qué quiere?”. Yo no sabía qué decir, obviamente no había preparado nada si esto sucedía. Pensé en decirle que esperaba a un familiar que estaba en consulta, también que yo era quién estaba esperando entrar. Entonces, cuando me dispuse a abrir la boca para decir cualquier cosa, apareció un doctor detrás de ella y le dijo, con un acento entre mexicano y chileno con un leve matiz cubano, “Juana, te buscan en emergencia”. Era él. Se veía como lo había visto en televisión junto a la hija de Chávez. Pablo Sepúlveda Allende estuvo frente a mí. Yo no sabía si decir algo o si sólo quedarme admirando al miembro de la aristocracia latinoamericana y probable padre del próximo presidente de Venezuela.
“Me salvaste, eres un salvador”, pensé. Antes de que se diera la vuelta y siguiera a Juana, vi que me vio; vio mi ejemplar de Los detectives salvajes, levantó el dedo pulgar de su mano derecha, me sonrió y se fue. Nunca pude saber en qué puerta de Fisioterapia trabajaba. Después de eso, salí huyendo del CDI Salvador Allende antes de que alguna Juana volviera a preguntarme qué hacía en la sala de espera de Fisioterapia de aquel hospital.

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