miércoles, 13 de mayo de 2009

Caracas: refugio de ánimas

Llena de supersticiones y leyendas estuvo hasta principios del siglo XX la ciudad de Caracas. En sus calles y moradas siempre se le dio cabida a los cuentos y a las innumerables historias de ultratumba, que en tan reiteradas ocasiones sirvieron para acobardar a más de un inocente.
En esa Caracas primitiva e ingenua, la carencia de luz llegada la noche, permitía a todos los lugareños sumergirse en un sin fin de fantasías y pensamientos, protagonistas de cada velada y que no era sino hasta el regreso del resplandor solar que marca el inicio de cada día, que desaparecían de la mente de todos, para apoderarse de ella, nuevamente, ante la llegada del próximo anochecer.
Con cuentos e historias sustentadas en esta Caracas nocturna, se llenó a más de un infante renuente a dejarse llevar por los brazos de Morfeo con temores que obligaban a estas inocentes almas a sucumbir ante la necesidad de caer en un sueño no deseado.
Fúnebres cantos y voces atormentadas, irrumpían en los sueños de más de un caraqueño por aquellas noches en que lo desconocido provocaba pavor a cualquier supersticioso. Era muy común escuchar en las plazas, esquinas y pulperías, cómo los habitantes de esta Caracas se referían a dichos sonidos nocturnos como los cantos de espíritus que rondaban las calles desoladas y ennegrecidas por la noche, como penitencia en este mundo de errantes.
Por aquellos tiempos, un grupo de jóvenes imprudentes y curiosos, decidió adentrarse por primera vez en aquella Caracas nocturna, una Caracas distinta, solitaria, silenciosa como el arrullo del viento en una tarde de verano, oscura y profunda como el mayor de los miedos que un ser humano pueda albergar dentro de sí, y por sobre todo, desconocida y llena de secretos que aquella noche estos jóvenes armados de valor develarían finalmente.
Con el temor presente en cada espacio de sus seres, aquel grupo de curiosos se adentró en esas calles desoladas, apacibles y profundas, por las que ningún hombre querría transitar, a la espera de encontrar respuesta a los cantos y sonidos que impedían a ingenuos consolidar una noche de absoluto descansar.
Aunque renuentes a creer las historias que los lugareños atribuían a estos sonidos, hubo la suficiente susceptibilidad en este grupo de jóvenes para que aquella noche lo desconocido produjera en ellos un miedo como ninguno que hubieren sentido jamás.
Luego de un tiempo de tortura psicológica en aquellas calles despavoridas, descubrieron, de la forma menos deseada, la razón del insomnio de tantos caraqueños.
Un grupo de sombras revestidas por mantos tan blancos como la nieve, portadoras de majestuosas hachas envueltas en fuego, sorprendieron a los jóvenes, que al verse frente a semejantes entes infrahumanos, sintieron un horror que más adelante transmitirían a toda la ciudad en son de advertencia.
Despavoridos por aquel implacable miedo producido por las ánimas que tan sorpresivamente aparecieron ante ellos, huyeron de dicho lugar, salvaguardando así sus vidas y los recuerdos de aquella aterradora noche.
Luego de esa noche no quedó duda acerca del origen de aquellos aterradores sonares. Ninguno de estos inoportunos jóvenes volvió a pisar la Caracas nocturna, ni vaciló jamás de su innegable poder, creándose así, una de las leyendas urbanas más conocidas durante los siglos consecuentes, y más importante aún, dándosele el nombre de dichos espantos a el lugar de sus apariciones, “Las Ánimas”, populosa esquina capitalina, testigo de lo que aquella noche del siglo XIX ocurrió en una Caracas con mucho más que contar, detrás de un tenue manto de brillo lunar y la insaciable curiosidad del hombre.

Jesús Alejandro Matheus Spósito

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