miércoles, 13 de mayo de 2009

¡Que hable Maricé!

Entre todas las historias de por estas calles, como decía la novela -buenísima ella-, siéntate que esta es la mía.

Soy María del Carmen, mejor conocida como Maricé, venga. Vivo por El Valle, nada fácil, con mi gente. Mi mamá, Rosalinda anda buenamoza aún, mis dos hermanos Carlos y Oscar, son asistente administrativo de La Crocante de Los Cortijos el uno; y vendedor de repuestos de motos en un taller por La Libertador el otro. Y pues feliz y familiar, como dicen, es esta que cuenta.

A ver, tengo una hija, Diana Yeniser, mira que quería yo un nombre medio aristocrático. La mía es hija de uno ya desaparecido, el Wilmer. Todo comenzó allá con la camisa azul encima. Me caían unos cuantos, pero a mí me gustaba justo ese que, a diferencia de los otros, no me picaba ese ojo ni me miraba, ni si quiera me decía que estaba bella cuando me iba emperifollaba para una reunión de la cuadra. Nada. Ese no me paraba, así que lo rondé y lo cautivé fui yo.

Tuvimos una historia de esas lindas pero ¡zaz! como tantas cosas, se acabó. No ostante no me quedé sola, por ahí venía mi luz, mi niña. Nació bella y sana un 15 de agosto y pues hasta allí quedaron los estudios. Mi mamá, cómo me ayudó. Me logré recuperar y pude salir ‘pa la calle a buscar con qué criar a mi bebé. Poco a poco, con entereza, como dicen, logré hacerme un caminito acá en la zona vendiendo los dulces de la vecina. Luego luego me organicé y terminé el 4to year -espero que sea así la cosa-.

Cuando la chamita iba para los tres, ¡mira! que me hice bachiller. Pelo a pelo, la cabellera. Ahoritiiica es que me vine a dar un parado para trabajar en algo ligero y organizar mi vida. Por acá me dicen soñadora porque yo quiero cosas grandes. Estoy ahora planificando para ver qué quiero y cómo lo hago.

Y es que acá donde me lees, aunque no lo siente tu paladar, soy heladera, venga, que te trabajo to's los días acá en la Plaza Bolívar de esta Caracas. Acá me consigues y me compras uno de fresa pero yo miro para arriba, yo quiero abrir un negocito por allá por Los Próceres. Quiero montar una dulcería. No la quiero panadería, ¡qué va, demasiadas te hay! Quiero yo destacar mi negocito con puuuuro dulce de cuanto quiera el consumidor.

Mientras, reúno la platica y planifico el crédito. No ando en el graaan trabajo porque no conseguí mejor, pero mira que yo le hablo al Libertador de mi plaza y él me dice que voy bien. Y es que érase una vez un Bolívar que se hizo héroe y que motivó la creación de las mil y una plazas con su estatua y entre todas la mía, esta mismita. Mira que Bolívar es inspiración de muchos, incluyendo esos de esa revolución que nada que ver, pero me ha inspirado a mí también, cuando, calladiiiito y certero, me apoya y me da ánimos. Mira que no importa el calor, el frío, la gente; esa estatua ahí, herática -como me enseñó Carlos-, es mi ejemplo de aplomo y fortaleza. ¡Taima!, ¡hierática, digo! Con la i de iiiimaginación e iiiinventiva.

Y bueno ahora andamos en casa con una contingencia –otra del Carlos José-; mi mamá, la Rosalinda, salió preñada ahorita a los treinta y tantos. Mi Diana es mayor que el Aquiles Ulises (mira que mi progenitora de pronto le mete al loco), pero ahí van, como hermanitos jugando. No es lo ideal, pero ¿qué lo es? La vida es una, la mía es ésta, el destino aunque divino también lo decido yo y palante es para allá, ¿es o no es, mi Bolívar?

Mira no más, sus ojos brillan especialmente. Eso es lo que es. Definitivamente, a pesar de las dificultades hay que hacer las cosas lo mejor que se pueda, mirar para arriba y pensársela. Con moral, sueños e inteligencia, pelo a pelo se consigue la oportunidad; esa que pintan calva pero que busco atenta y, sé, me llegará.

Voy para allá, ¿viste, mi Liber?, tú confía que yo te cumplo mis promesas, ¡mira que mis sueños planes de trabajo son!
Gabriela Valdivieso

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