miércoles, 13 de mayo de 2009

Fue Shing

Caracas, Quinta Crespo. Restaurant Fue Shing.

Voy a hacer lo que mejor sé hacer.

Qué ladilla, hay un vigilante.

No importa, necesito dinero. Continúo mi camino, entro al restaurant.

Buenas tardes, dame un arroz frito con pollo y camarones para llevar –le digo a un chino al llegar a la barra.

El chino me da un número, me siento a esperar mi pedido. Entra el vigilante. Qué ladilla, el tipo está claro, voy a tener que matarlo.

- Chino –dice en secreto el vigilante al llegar a la barra- ¿hay papel?
- ¿Papel? –grita el chino, yo sonrío- ¡Allá en el baño hay papel!

El vigilante se va hacia el baño, yo lo sigo con la mirada. Aún sonrío. Mientras lo miro me percato de las condiciones que me son favorables. El restaurant está solo. Hay diez mesas, cuatro personas. El vigilante en el baño, el chino en la barra, una china que ha de ser la mesonera –que se desplaza entre la cocina y la barra- y yo, que sólo observo durante aproximadamente tres minutos. Nunca estuve tan contento de esperar.

La china sale de la cocina con una bolsa, la deja en la barra y vuelve a la cocina. ¡Diecisiete! Grita el chino.

Me levanto hacia la barra, meto la mano en mi bolso.

- Chino te voy a agradecer que te calles, ¿sí? –le digo mirándolo a sus pequeños ojos (¡qué tierno!)- Esto es un atraco, dame toda la plata de la caja, güevón.
- ¿Qué te pasa chico? ¿Tú ta’ loco? –me responde, sin gritarme.
- ¡Burda e’ loco, chino! –le aclaré, mientras sacaba mi mano del bolso, y la colocaba con una pistola sobre la barra, encima de la factura, al lado de la bolsa, y apuntándole a su pecho (¡Dios salve la estatura de los chinos!)- dame la plata o te quiebro.
- Coño toma, toma –decía el chino mientras ponía el dinero en la barra- ahí ‘tan todos los riales.
- Muchas gracias, chino –le dije, al tiempo que guardaba el dinero en el bolso- como te portaste bien te voy a regalar esto, tú sabes, para que te diviertas mientras atiendes la barra.

Cerré mi bolso, tomé mi bolsa, mi factura, y le dejé la pistola en la barra. Hasta luego, chino, le dije. Me volteé y caminé hacia la salida.

El chino agarró la pistola, me apuntó hacia la espalda y, gritando ¡malandro maldito!, me disparó.

Chino, la cosa está difícil –le dije mirando sobre mi hombro- ¿sabes cuánto cuesta una pistola de verdad?
Salí, me fui comiendo el pan por la calle –muy bueno, por cierto- y agarré la camioneta vía El Cementerio.

¡Negro! ¡Me robaron! ¡Y “fue shin pistola”! ¡Tú no sirves! ¡Eres una mierda! Gritaba, minutos después, el chino.
José Leonardo Riera Bravo

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