jueves, 28 de mayo de 2009

Si yo fuera Presidente

Los Presidentes de Venezuela son puro cacao. Si cortamos las vainas de la planta sin dañar las semillas y fermentamos los granos con la pulpa, obtenemos una delicia venezolana que no incluye las metidas de pata que innegablemente han dejado huella. Al hacer este paseo por la historia para rescatar las semillas idóneas, si yo fuera Presidente, resultaría algo como esto:
De Eleazar López Contreras tomaría la administración de las divisas como prioridad. Así lo hizo él con la creación del Banco Central de Venezuela y así lo haría yo con el fomento de la inversión –tanto privada como pública- y la siembra del petróleo como bien lo dijera el ilustre Arturo Uslar Pietri -lamentablemente no escogido Presidente pero gobernante de la sensatez y los corazones de muchos-.
Dicen por ahí que en la variedad está el gusto. Isaías Medina Angarita pareció haberlo entendido y su ejemplo es digno de seguir. Si yo fuera Presidente, el respeto, la democracia y la pluralidad partidista existirían plenamente; los derechos laborales, desde los de un agricultor hasta los de un periodista y un político, serían respetados.
De los dos Rómulos, Betancourt y Gallegos, su firme ideología democrática es admirable. Sin embargo, en mi gobierno la ideología no se contradiría con las acciones como ocurrió con su participación en el golpe de estado del 45 y con la suspensión de las libertades civiles del 62.
No disfruto el chocolate amargo de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, pero sí la semilla que se sembró tras la visión de un hombre que hizo que las puertas del modernismo se abrieran a Venezuela. La “Constructivitis” de su periodo le dio casa, carreteras, puentes, hospitales, estadios, belleza urbana y la UCV a cientos de ciudadanos, e, incluso, ubicó al IVIC como el Instituto Científico más importante de América Latina. Si yo fuera Presidente, este afán de progreso en infraestructura constituiría el punto de partida para una política social y económica que acarree mejoras para toda la población.
Como Edgar Sanabria defendería la autonomía universitaria y como Raúl Leoni fomentaría la generación de empleos con el impulso de las industrias básicas y, por ende, la edificación de zonas urbanas, pero esta vez, 40 años después, fuera de la capital. De esta forma, si nacionalizamos los recursos propios -como lo hizo Carlos Andrés Pérez pero excluyendo su política intervencionista- promoveríamos la industria venezolana y, al disminuir las importaciones, haríamos decrecer el costo de la vida.
Entre tanta propaganda política, prometería proyectos económicos y sociales efectivos y con visión de futuro, no, como en su mayoría han sido, de carácter rentista y a corto plazo. De suma importancia para mi gestión sería la creación de organismos que fomenten la cultura sin sesgos políticos ni ideológicos. El conocimiento y la creación de cultura como progreso para la sociedad sería, sin duda, un pilar fundamental.
Si yo fuera Presidente quisiera poder escribir algo como Doña Bárbara, quisiera no morir como Carlos Delgado Chalbaud, quisiera no requerir de RECADI ni CADIVI, quisiera no tener que huir ni en una vaca ni en un buey sagrado y, sinceramente, quisiera que los venezolanos no tuvieran que huir por mí. Por último, disfrutaría de los torontos tanto como suponíamos lo hacía Luis Herrera… y es que como el cacao criollo no hay otro

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