lunes, 1 de junio de 2009

Natividad Celiz

Minutos antes de empezar la entrevista una enfermera a modo de ponerme atento me dice que su humor cambia de color como el camaleón, decidí tomarlo en cuenta y a las dos con treinta y cinco de la tarde, como quien esta a nada de ser subido al trono y ser nombrado rey, con la misma sonrisa de una miss universo y el mismo andar de una recién coronada, así llego ella, Natividad Celiz con poco menos de un metro sesenta, con unas manos que delatan su edad y una cantidad de arrugas igual al numero de pasos que ha dado desde aquel lejano 1910, se presenta nerviosa pero emocionada, toma asiento con ayuda de la enfermera de mirada desconfiada y me pregunta, sin rodeos - ¿Eres periodista? ¿Tan joven? – le digo que no, pero no me escucha y ya son 98 años escuchando verdades y mentiras, creo que omitir esta parte no cambiara lo que vivió en la hacienda “La Valentinera” ubicada en Ocumare del Tuy, sus primeros trece años fueron así, como quien solo vive para ser feliz, haciendo y deshaciendo, sin estudiar, sin saber multiplicar y menos dividir entre tres cifras, pero sus pupilas se dilataron en ese momento y me di cuenta que nada de eso le hacia falta.

Una hacienda gigantesca según recuerda, La Valentinera pertenecía a su abuela de la cual ya no recuerda el nombre, hacienda rebosante de cafetales y arrozales – evidentemente esa fue la mejor parte de su vida pues la garganta se le ensanchaba con cada palabra y se le agudizo relampagueante cuando hablo de sus padres, pues con esos pobres trece año la dejaron para no volver y queda absolutamente sola y ya sin hacienda, sin abrazos, sin familia: Caracas, embarcándose sin destino, siguiendo el consejo de una señora de la cual tampoco recuerda su nombre pero si su rostro – en medio de esto me dice que es capaz de volver a verme en un mes y recordar mi cara como si la acabara de mirar, eso es algo que debo comprobar- En el largo camino a Caracas los nervios la invadían, la ansiedad de no saber que hacer con trece años y noventa y cinco que aun le quedan sin saberlo se encuentra sola en el terminal y la venezolanidad cándida espontanea de todos nosotros y de la que tanto se nos hace poseedores se pone en evidencia, de la mas inesperada esquina una señora de piel morena y con ojos cafés la aborda preguntándole – ¿A donde tu vas mijita? – ¿Yo? Vengo de Ocumare del Tuy – ¿Sola? – Si sola mis papas se murieron y me vine a buscar trabajo- Así Natividad comienza a vivir la ciudad buscando trabajo en casas de familia, viviendo de sus manos, criando a hijos que no ha parido y planchando ropa que no es de su marido.

Pero esto cambió con la llegada del señor Fernando García, su príncipe con botas a media pierna y nariz achatada en el medio como si viniera de una vida boxística, esta es una nueva etapa para Natividad, ahora si los que-haceres del hogar eran para su hogar y pagados con calor de gente, pero como corta es la vida del mosquito así es la felicidad de Natividad que parece darse tumbos etimológicos y en vez de ser sinónimo de nacimiento parece sinónimo de muerte y llanto.

Tuvo un hijo y un marido que vivieron poco pero que recuerda mucho, – justo ahí el corazón se hace tan diminuto como los granos de café que había en la Valentinera – sus ojos se hicieron agua, los míos también, sin saber que hacen los periodistas en estos momentos tuve que darle mi mano esperando cualquier cosa de ella – recordando las palabras de la enfermera con respecto a su temperamento – pero ella, tiene noventa y ocho años y sabe como responder a el trato nervioso de un joven “periodista”. Sin duda alguna tiene lucidez y tiene paz, pues Natividad tiene el blanco alrededor de los que no han obrado mal y de los que esperan callados y atentos lo que saben que va a venir.

Termina la entrevista casi a la fuerza pues es hora de comer para Natividad Celiz, me despido gritándole al oído porque ahora omitir mi despedida no seria algo justo, me da un consejo antes de irse “los jóvenes de hoy tienen que ser pilas y tienen que ser agradecidos” – tratare de ser “pilas” y agradecido, también quiero vivir noventa y ocho.

Las cosas no deberían ser así

¿Por qué las personas se mueren en mi país? ¿Será que no hay suficientes recursos? ¿O médicos? No, no es eso. Debe ser el modo en que se administran las cosas que ellos necesitan.
Si estás en una sala de emergencias de un hospital, como yo, te darás cuenta. Ves tantas cosas que no tienes tiempo de entenderlas, o de saber si son justas o no.
Había un hombre con una expresión desesperada, corriendo detrás de una camilla. Su hijo, al parecer, iba a morir pronto, y no estaba en sus manos impedirlo. Los doctores ni lo miraban, sólo hacían lo que tenían que hacer: Suturas, vendas, inyectadoras, dosis...
Pero nada de eso parecía funcionar y ya debían atender a alguien más. Dejaron allí al chico moribundo y fueron a otro lugar en donde alguien requería su presencia.
Esta vez era un anciano, que agonizaba de dolor. Un tumor lo consumía lentamente, ya no había nada que hacer. Le suministraron anestesia, sólo para mitigar el sufrimiento que sentía y de nuevo volvieron a irse.

Gente de un lado a otro, siempre activos. Unos corriendo para ayudar en varios sitios con rapidez, otros llorando porque los primeros no se apresuran. No hace falta ir muy lejos para darse cuenta de lo que sucede.
Hay que hacer algo, esto tiene que cambiar. La salud es un derecho, no importa si no es paga, hay personas que no tienen recursos y esto no quiere decir que deban morir en un hospital descuidado.
¿Qué sucede? ¿Es que merecemos la muerte si no tenemos dinero? ¿O que nuestro país no puede darnos la seguridad de poder mejorar cuando enfermamos?
Las clínicas deberían ser una opción, no una única vía para seguir viviendo si se pierde la salud. Es hora de ayudar, es hora de donar, es hora de desprendernos del miedo y comenzar a formar lo que queremos.

En Caracas es posible hacer algo. Si se habilitan las habitaciones del Hospital Clínico, se acomodan las camillas y se atiende a los pacientes con orden se logra una mejora. Si se da el dinero suficiente para contratar a más doctores, más enfermeras y comprar más medicamentos en el Hospital Pérez Carreño, más vidas venezolanas pueden ser salvadas.
Es hora de dejar de engañarnos, las cosas en cuanto a la salud no están funcionando. ¿Vamos a permitir que Venezuela muera en una sala de hospital?...

viernes, 29 de mayo de 2009

Francisco de Miranda ha vuelto a la vida

¡¡Francisco de Miranda ha vuelto a la vida!! Así retrataban los títulos de la inmensa mayoría de los periódicos venezolanos aquel suceso indescriptible que tuvo lugar en Caracas el 3 de mayo de 2009.
La estatua de Francisco de Miranda del Paseo Los Próceres cobró vida y asombró y asustó a más de uno. La periodista Ana Palacios del periódico El Nacional logró acercarse a la estatua, plenamente asustada, y hacerle un conjunto de preguntas del por qué se encontraba con vida. Pregunta que nos hacíamos todos los venezolanos. He aquí un fragmento de la entrevista:
- ¡General! ¿Sabe en qué ciudad se encuentra? - Ana Palacios (AP)
- ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Dónde estoy? – Francisco de Miranda (FM)
- Usted está en Caracas, su ciudad natal. Estamos en el año 2009 y, si me disculpa el abuso de decírselo ilustre, usted es una estatua – AP

Los ojos de todos los venezolanos estaban pegados a las pantallas de televisión presenciando este momento que jamás se pensó podría suceder.
Controlando sus emociones y tratando de aparentar cierta calma, la estatua de Francisco de Miranda salió de detrás del árbol del Paseo Los Próceres donde se encontraba y se situó al lado de la periodista Ana Palacios.
- No sé que me ha traído a la vida, pero si esta es mi patria Venezuela quiero ver qué ha sido de ella todos estos años - FM.
- Entonces permítame mostrársela- AP.

Las cámaras de todas las cadenas televisivas seguían de cerca a la periodista en su intento de enseñarle Caracas al por siempre Venezolano Universal. La estatua a pesar de ser de piedra reflejaba muy bien todas sus emociones. No entendía que su existencia se debiera a un monumento erigido a favor de la Milicia venezolana y que en él se le rindiera tributo a los próceres de la historia de la nación.
Al contarle la historia de lo que era Venezuela hoy en día, su política sobre todo que era lo que a él más le interesaba, la estatua de Francisco de Miranda no pudo disimular su sorpresa. Cómo era posible que un pueblo como el venezolano que ya, por lo que había escuchado, había pasado por tantos gobiernos autoritarios se dejara manipular de la forma como estaba siendo manipulado.
- Yo siempre creí en una Venezuela libre de opresores, independiente en todo el sentido de la palabra. No puedo creer que más de un siglo después mis ideas son escuchadas más no puestas en práctica!! Si me conocieran de verdad como dicen sus libros, sabrían que yo siempre he sido de carácter simplista con todos los pueblos latinoamericanos y jamás estaría de acuerdo con políticas como la que existe hoy en día en el país. Eso de las misiones de las que me hablan o las dadivas con las que lo único que se gana es mantener a la sociedad en una pobreza de la cual no se va a lograr salir nunca, es propio de un gobierno autoritario. Asimismo, el constante rechazo hacia las políticas extranjeras, hacia los lujos y los placeres de la vida, son algo inimaginable para un político como yo en el que la idea de austeridad no significa en ningún contexto un avance para alguna revolución –FM.
- ¿Entonces usted está queriendo decir que en Venezuela hoy en día se practica una política ineficiente por parte de nuestros mandatarios? – AP.
- Yo lo que quiero decir es que un político debe caracterizarse por su profesionalismo y por ser siempre responsable ante las tareas encomendadas por su pueblo y según he podido observar, estas características no destacan en este Gobierno donde las excusas ante los incumplimientos están a la orden del día y la eficacia en el mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos deja bastante que desear. Asimismo siempre he sido un adversario de los personalismos y su figura presidencial es exactamente esto.
- ¿Algún consejo que desee darle a los venezolanos? – AP.
- Marchemos unánimes al mismo punto, pues con la desunión solamente correría riesgo, a mi parecer, nuestra salvación e independencia –FM.Y como si fuera por arte de magia, la estatua volvió a convertirse en piedra y en la mitad del centro de Caracas fue montada en una camioneta para ser llevada de vuelta a su lugar: los muros horizontales del Paseo Los Próceres.

La primera vez

Mis tacones se aproximaron con impaciencia. El pantalón ultrapegado hacía gala de su elegantísima incomodidad. Ganas mías de complicarlo todo, como siempre. Tres pasos a la derecha, tres pasos a la izquierda, taconeo repetitivo, tongoneo monolateral de la cadera y la duda carcomiéndome el cerebro porque, aún y cuando siempre me vanaglorio de mi propio coraje, esa era mi primera vez. Seguro de todo y rebosante de experiencias pasadas aparece él, me dice “princesa” para romper el hielo, sospecho que en mis ojos ve el miedo de una niña que nunca antes había hecho eso. Me ofrece su mano para comenzar.

“Espérate un minuto”, le digo ante la duda de quedarme allí o salir corriendo. “Tranquila, bella, no va a pasar nada”, me dice él con el oscuro doble interés de obtener lo que fue a buscar. Asustada me acerco y sigo sus primeras instrucciones segurísima, además, de que lo estaba haciendo terriblemente mal. Lo miro de nuevo, esperado respuestas que sólo él podía darme. “¿Así? ¿Ya?”, pregunto asustada al ver que no nos estamos cuidando. Él se da cuenta de que así no vamos a llegar a ningún lado y sin titubear me ofrece protección.
Yo ya estaba ahí, ya lo había llamado, era una falta de consideración dejarlo así, aunque en el fondo sé que // lo hubiese buscado otra u otras (si yo decía que no, el hubiese buscado a otras). Los tipos como él pueden con todo, lo supe desde el primer segundo que lo vi en mi vida. Recuerdo que merodeaba por mi calle buscando compañía, cualquiera que fuera, diciéndole a todo el mundo con ese tono sabrosón que se atreviera, que era rapidito. Más de una le hacía caso, yo no, hasta ese día.
Es que una, por más elegante que parezca, también tiene necesidades. Necesidades urgentes. Y viene él y se ofrece así, con esa convicción de que puede hacerlo mejor que nadie, justo cuando estás sola, cuando nadie te ayuda, cuando estás decidida a un “ahora o nunca”. Y caes.
Acerqué mi pierna derecha mientras él me ayudó en el primer impulso. Abrí la otra pierna y la puse alrededor de su cintura. Ya había logrado tenerme indefensa, abrazándolo, como si mi vida dependiese de él y de su bien cultivada habilidad de hacer llegar a quien le pide llegar. ¡Arrogante!. Me arrepentí de aferrarme a su cuerpo como una niña pequeña, bien hubiese podido hacer eso sin tanta dependencia corporal, al fin y al cabo no era un abrazo lo que necesitábamos ninguno de los dos. Pero yo tenía miedo.

No pudo arrancar de inmediato, tuvo que intentarlo un par de veces porque yo lo frenaba clavándole las uñas. Finalmente, me dejé llevar. Comenzó lento, porque el camino que conduce hacia mí siempre ha ofrecido numerosas dificultades. Después aumentó la velocidad y yo, resignada a no volver atrás, comencé a disfrutarlo. Descubrí, entre otra cosas, que es como una montaña rusa, a veces sube, a veces baja, a veces brinca y a veces te hace apretar los dientes y los ojos porque sientes que es lo último que vas a hacer en la vida.

La sensación térmica se trastoca. Dejas de entender la temperatura, no hace ni frío ni calor, pero te suda la espalda. Pasaron 15 minutos, tal vez un poco más, en ese movimiento constante y ese sonido entrecortado que te ocupa la totalidad del oído. Estábamos cerca, ambos sabíamos que estábamos cerca y eso generaba una ansiedad tan grande que él aceleraba sin piedad. “No tan rápido, por favor” le dije, cuando pensé que el corazón me estallaría.
Sentía el olor de su nuca, un olor barato, arrabalero, muy poco parecido a mí. Pero no me importaba. Vi el peligro de cerca, muy de cerca y me gustó. Para él, no faltaba mucho. A mí, sin embargo, me hubiese gustado seguir sin otro límite que no fuera el que yo impusiera. Llegamos. Seguramente él, como siempre, estaba apurado.
Me bajé y mirándole a los ojos le di las gracias, no sé por qué. Fue maravilloso, para mí lo fue.

Digno de repeticiones compulsivas, tuve miedo de volverme adicta. Mientras trataba de sentir el entrepierna dormido escuché su voz desagradable e inexpresiva: “Págame, pues” me dijo. Me sentí menospreciada porque creía que a ambos nos había parecido estupendo. Tan estupendo como para no cobrar una vez en su vida. A las damas no se les cobra, ¡carajo!. Muchos menos a una como yo. Humillada pagué y no lo volví a ver.
Hoy sigo aquí, propensa a que otra urgencia me lleve a la recaída.
¡Maldito mototaxi!

jueves, 28 de mayo de 2009

Las primeras 7 medidas si yo fuera Presidente

1- Iría a todos lados con una roca gigante amarrada al torso.
¿Por qué el país lo necesita?
Porque después de algo como esto, la gente que se queja de su trabajo simplemente pierde la moral de quejarse de lo que sea. Por lo menos no tienen que ir a trabajar… ¡con una roca gigante amarrada al torso!
El problema está en que…
A estas alturas, no creo que El Negrito del Batey se regenere.

2- Crearía el lema “La Verdadera Riqueza del País Está en su Gente.”
¿Por qué el país lo necesita?
Admitámoslo; esa idea de que “Venezuela es un país con demasiada riqueza” nos ha hecho más mal que bien. Esta medida pretende asentar el concepto en la gente de que el capital que importa es el humano y su trabajo.
El problema está en que…
Nunca falta el tipo que va a echar un vistazo alrededor, va ver a las mujeres… y concluirá que el país está rico igual.

3- Borraría todos los gobiernos pasados de los registros oficiales.
¿Por qué el país lo necesita?
Todos los gobiernos a nivel nacional (incluido el mío) perderían la excusa de que nada sale bien porque el gobierno pasado metió la pata espectacularmente mal.
El problema está en que…
Siempre le puedes echar la culpa a la manipulación mediática, aunque no exista tal cosa más allá de tu mundo imaginario.

4- Me quitaría el apellido y me colocaría el título de “El Terrible.”
¿Por qué el país lo necesita?
Con la publicidad correcta, puedo dar la imagen de que soy el nuevo Azote de Dios; nadie se atrevería delinquir ante las supuestas consecuencias y sólo un estúpido nos haría la guerra. Si tengo suerte, un irlandés escribirá un bestseller sobre mí y el turismo del país se disparará (en serio, esto ya pasó con Drácula).
El problema está en que…
Todo se puede caer cuando se corra la voz de que quien manda en la casa es mi mujer —como en todos los hogares venezolanos. Sabes que sí.

5- Crearía “El Ministerio Para el Poder Popular de los Ministerios.”
¿Por qué el país lo necesita?
No sé. Con todos los ministerios que existen ahora, este parece que es el único que falta.
El problema está en que…
Si no solucionamos la compleja burocracia actual, nadie va a poder hablar con el ministro y nos vamos a quedar sin saber para qué sirve.

6- Regalo el avión presidencial.
¿Por qué el país lo necesita?
Así pierdo la tentación de irme de viaje por ahí. Esto, sumado a la roca, me eliminará las ganas de rondar demasiado lejos.
El problema está en que…
Mal plan de supervivencia si nos invaden los extraterrestres de Día de la Independencia y me toca ser el héroe.

7- Me decretaría una prohibición para hacer cadenas de radio y televisión.
¿Por qué el país lo necesita?
Hasta la pregunta es estúpida.
El problema está en que…
No hay problema; esta idea es perfecta. Ejecútese.

Si yo fuera Presidente

Los Presidentes de Venezuela son puro cacao. Si cortamos las vainas de la planta sin dañar las semillas y fermentamos los granos con la pulpa, obtenemos una delicia venezolana que no incluye las metidas de pata que innegablemente han dejado huella. Al hacer este paseo por la historia para rescatar las semillas idóneas, si yo fuera Presidente, resultaría algo como esto:
De Eleazar López Contreras tomaría la administración de las divisas como prioridad. Así lo hizo él con la creación del Banco Central de Venezuela y así lo haría yo con el fomento de la inversión –tanto privada como pública- y la siembra del petróleo como bien lo dijera el ilustre Arturo Uslar Pietri -lamentablemente no escogido Presidente pero gobernante de la sensatez y los corazones de muchos-.
Dicen por ahí que en la variedad está el gusto. Isaías Medina Angarita pareció haberlo entendido y su ejemplo es digno de seguir. Si yo fuera Presidente, el respeto, la democracia y la pluralidad partidista existirían plenamente; los derechos laborales, desde los de un agricultor hasta los de un periodista y un político, serían respetados.
De los dos Rómulos, Betancourt y Gallegos, su firme ideología democrática es admirable. Sin embargo, en mi gobierno la ideología no se contradiría con las acciones como ocurrió con su participación en el golpe de estado del 45 y con la suspensión de las libertades civiles del 62.
No disfruto el chocolate amargo de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, pero sí la semilla que se sembró tras la visión de un hombre que hizo que las puertas del modernismo se abrieran a Venezuela. La “Constructivitis” de su periodo le dio casa, carreteras, puentes, hospitales, estadios, belleza urbana y la UCV a cientos de ciudadanos, e, incluso, ubicó al IVIC como el Instituto Científico más importante de América Latina. Si yo fuera Presidente, este afán de progreso en infraestructura constituiría el punto de partida para una política social y económica que acarree mejoras para toda la población.
Como Edgar Sanabria defendería la autonomía universitaria y como Raúl Leoni fomentaría la generación de empleos con el impulso de las industrias básicas y, por ende, la edificación de zonas urbanas, pero esta vez, 40 años después, fuera de la capital. De esta forma, si nacionalizamos los recursos propios -como lo hizo Carlos Andrés Pérez pero excluyendo su política intervencionista- promoveríamos la industria venezolana y, al disminuir las importaciones, haríamos decrecer el costo de la vida.
Entre tanta propaganda política, prometería proyectos económicos y sociales efectivos y con visión de futuro, no, como en su mayoría han sido, de carácter rentista y a corto plazo. De suma importancia para mi gestión sería la creación de organismos que fomenten la cultura sin sesgos políticos ni ideológicos. El conocimiento y la creación de cultura como progreso para la sociedad sería, sin duda, un pilar fundamental.
Si yo fuera Presidente quisiera poder escribir algo como Doña Bárbara, quisiera no morir como Carlos Delgado Chalbaud, quisiera no requerir de RECADI ni CADIVI, quisiera no tener que huir ni en una vaca ni en un buey sagrado y, sinceramente, quisiera que los venezolanos no tuvieran que huir por mí. Por último, disfrutaría de los torontos tanto como suponíamos lo hacía Luis Herrera… y es que como el cacao criollo no hay otro

miércoles, 27 de mayo de 2009

Desvarìos

“Calvario es un calvario es un calvario es un calvario”
(Tautología inventada por mí en momentos de desvarío)

Estoy remontándome a las reminiscencias del colegio. Desde el primer hasta el tercer grado en el que mis maestras me mandaban a escribir los números del uno al tal. Ahora los escribiré del uno al noventa y tres, pero los entrecruzaré con palabras para hacer del infinito cosmos de la escritura un lugar donde palabras y números sean una misma cosa.

En la escritura hay imposiciones de verticalidad, horizontalidad, ni juegos perpendiculares o laberínticos, así que como lectora y en este caso, aprendiz del oficio de las palabras, decidí colocar las ideas en forma horizontal como se sueña la progresión del tiempo. Sin la libertad no existiría la escritura. Creo en la locura, esta es un calvario y viceversa, se podría decir que es un hecho tautológico: calvario es un calvario es un calvario. De igual forma llega la locura hasta en el infinito en el que sus laberintos no tienen salidas, llega hasta el infinito o hasta el noventa y tres que es la condición finita de los escalones, y ¿es un calvario pensar ideas para mejorar la calidad de vida en Caracas? Asciendo por las escaleras del Calvario. Recuerdo las matemáticas de mi niñez. Escribir es una de las tantas formas de contar. Cuento noventa y tres escalones. Quiero vivir unos noventa y tres años.

Lista horizontal de las alucinaciones e iluminaciones filantrópicas para salvar a Caracas

1 Si quieres adrenalina sin riesgos, visita las obras de Jesús Soto. Atrévete a navegar en sus penetrables. 2 Si anhelas defenderte de un mundo violento, ármate de palabras. 3 Educar es una de las más hermosas formas de humanizar. 4 Si sueñas con salvar más árboles, no dejes morir más hojas de papel. 5 Las mujeres edificaron tu mundo, trátalas con amor. 6 Salva otra vida y sálvate a ti misma, dile no al aborto. 7 Sé una madre, una amiga, háblales a tus hijos sobre el sexo. 8 Usa tu imaginación, traza tu realidad. 9 Deja de vivir en una era medieval, orienta a tus hijos sobre las drogas. 10 En estos tiempos de crisis económica mundial, recicla. 11 Juega con los colores del semáforo, no dejes que ellos jueguen contigo. 12 Muéstrales a los niños cómo leer un libro, ellos te mostrarán cómo leer la vida. 13 Siente el vértigo de la vida, no consumas drogas. 14 Alucina con poemas, no con sustancias tóxicas. 15 Enséñales a tus hijos a escribir su historia, no dejes que otro lo haga. 16 En algunos años tú tendrás su edad, ayúdales a cruzar la calle. 17 Conocer el tabú irradia tu poder. 18 Si no te quieres evaporar, cuida el agua. 19 Enseñar a amar a las palabras es enseñar cómo empezar a interrogarse sobre el mundo. 20 Analiza prioridades, no dejes que éstas te ahoguen. 21 Lee la Constitución y las leyes, prueba tus derechos, cumple tus deberes. 22 Conoce los imaginarios de tu historia, no le temas a la lucidez. 23 Vive al ritmo del constante proceso de transculturización, armonízate. 24 Cree en los hombres sin sentir alguna distinción, piensa que así quieres que ellos crean en ti. 25 Regálale un aire a tu vida, come sano. 26 Mejora tu esperanza de vida, camina y trota a diario. 27 Dedícate a contemplar, cédele el puesto a los ancianos que quieren pasear. 28 Si no quieres volverte humo, deja de fumar. 29 Vive tu realidad y deja a los niños soñar. 30 No esperes a que la muerte te visite, visita primero a tu médico. 31 Visita de vez en cuando la peluquería, sube tu autoestima. 31 Leer es tener palabras para defenderte de un modo sabio. 32 Donar la ropa y zapatos que ya no usaremos más nos abriga el alma. 33 Si no quieres hacer tu último viaje en un carro fúnebre evita conducir luego de tomar. 34 Al Recoger la basura tirada en la calle te ejercitas… ¡Para qué ir al gimnasio¡ 35 Usar las hojas de papel ya gastadas para hacer tarjetas de regalo alimenta tu creatividad, alegra al cumpleañero y ayuda a los árboles. 36 Cerrar los grifos del lavamanos, la ducha y la batea no te producirá una hernia. 37 ¿Compradera de pañales? ¿Llantos nocturnos? ¿Trasnochos? Joven, adolescente, usa condón si aún no es tu momento. 38 ¿Un dinerito extra? Vender latas, envases de vidrio o plástico te permite contribuir con el ambiente y ganarte unos centavos de más. 39 Embriágate de amor y deja de tomar 40 Caminar a diario mejora tu salud y puedes levantarte un novio o una novia ¡Evita la obesidad! 41 Vive al trote de tu ciudad... El Ávila quiere sentir tus huellas. 42 Aunque nunca llegues a la NBA, apunta y encesta tu basura. 43 La gente dice “respeta pa que te respeten” quizás no sea del todo cierto pero hazlo, te sentirás mejor. 44 No rayes las paredes, al menos que realices una obra que supere El grito de Edvard Munch 45 ¿Conoces a alguien que no sepa leer? Muéstrale el mundo con palabras, desvíalo de ese túnel en el que sólo se sueñan las letras. 46 No temas sentir el dolor de la lucidez, piensa, reflexiona. 47 No al aborto, sí a la vida, si no quieres cuidar a tu hijo dalo en adopción. 46 Maestros, profesores, docentes: generar el debate y la reflexión sobre la vida y el mundo es uno de los mejores modelos de enseñanza. 48 Estudiar es una forma inteligente de evolucionar. 49 Conocer la historia e indagarla es una forma de trazarnos imaginarios y de conocernos un poco más a nosotros mismos. 50 La realidad influye siempre en tu vida, no la evadas, piénsala. 51 Da la talla, usa el cinturón de seguridad. 52 Tenemos el récord guiness por ser el país más feliz del mundo, sigámoslo siendo. 53 Invítale un café al que menos le hables en la oficina, tal vez descubras que es una persona simpatiquísima. 54 No es necesario venir del Banco Federal para decir buenos días cuando lleguemos a determinado lugar. 55. Decir groserías causa caries en tu lenguaje. 56 Los cestos de basura no son piezas decorativas. Úsalos. 57 Invierte capital monetario en capital humano, ayuda al país a progresar de un modo inteligente. 58 Date un permiso para respirar, visita el Ávila. 59 No le niegues la educación a tus hijos, es un regalo que le haces a su mente y a su corazón, te lo agradecerán, te lo agradecerás. 60 Cumple con un sacramento, da de comer a un hambriento. 61 Date de vez en cuando un paseo por un ancianato, es un acto filantrópico que te puede hacer pasar un buen rato. 62 Tu pareja es inocente cuando cometes actos de infidelidad, usa condón para no contagiarle alguna enfermedad. 63 Llévale flores a tu mamá, tú fuiste el fruto de su bondad. 64. Una ciudad limpia humaniza el sentimiento. 65 Enséñales a tus hijos a desconfiar, no les hagas la tarea tan fácil a los demás 65 Ver películas de Cantinflas y Charlie Chaplin te harán feliz. 66 Ir a ejercer el derecho al voto te permite broncearte y conocer gente nueva, nunca está de más socializar un poco. 67 Dibuja un mapa mental de tus tareas a realizar, hay mucho tiempo que puedes ahorrar. 68 Busca siempre ser el mejor, puede que pierdas pero te seguirás sintiendo un triunfador. 69 Una buena gerencia demuestra inteligencia. 70 La sabiduría del hombre está en utilizar la justicia. 71 La humanidad requiere de honestidad. 72 Asume tu papel de mujer en la sociedad, no te dejes maltratar. 73 Una ciudad es grande si sus gobernantes la hacen crecer. 74 Trata a las personas con amabilidad, eso fortalece tu dignidad. 75 Estás embarazada? Evita fumar y tomar, hay una vida bajo tu responsabilidad. 76 .¿Te quejas de que no te alcanza el dinero? Elabora un presupuesto. 77 Enséñales a tus hijos a que aprendan a respetar, es el primer paso para que puedan modelar por la pasarela de la vida. 78. Dale de comer a un perro o gato, ellos no merecen más maltratos. 79 Respeta la vida de los demás. 80 Pide disculpas cuando tropieces a alguien en la calle, eres un ciudadano, no un judoka. 81 Por preguntarle a alguien cómo se siente, no te dirán chismoso. 82 Estrechar las manos de alguien es un signo de amistad. Abrazar a alguien de fraternidad. 83 Duerme tus ocho horas. Andar de sonámbulo te dará ojeras. 84 Suspira, vive, sonríe. Los músculos de tu rostro necesitan hacer sus ejercicios. 85 Si un libro te hace feliz, comparte tus lecturas. 86 Comparte con tu vecino cascarrabias el postre que te enseñó a preparar la abuela, quizá, además de un dulce, le regales una tarde hermosa. 87 Ir al odontólogo cada cierto tiempo no es un simple slogan publicitario. 88 La música alta a altas horas de la noche, hará que otras personas estén hartas. 89 Tus ideas sanas son el corazón de la vida. 90 Mírate al espejo todos los días antes de salir y dite estas palabras: hoy no iré a dormir sin haber hecho que otra persona aprendiera algo nuevo hoy. 91. Lleva a tus hijos a visitar los parques, permíteles que a veces sientan que la vida es un recreo. 92 Asiste a obras de teatros, escápate de la realidad un rato. 93.¿Fastidiado de subir El Ávila? ¿Ejercicios alternativos? Subir las escaleras del Calvario tonificará tus piernas.

Vejez

Ya para los últimos años de mi vida, seguía siendo un miserable adicto con el corazón roto. Era el viejo extraño sentado en una esquina observando y escribiendo. Tal vez para algunos desperdicié mi vida, yo creo que no pude haber tenido una mejor. Llevaba mucho tiempo estudiando a las personas de aquí y nunca había visto a la gente tan atareada y ansiosa como las vi en los últimos meses. Preocupado por lo que pasaba decidí salir de mi mundo subterráneo y ver a las personas en la calle, quería saber si era un comportamiento colectivo en todos los lugares o simplemente un comportamiento extraño en el metro. Me asomé a la calle y observe el movimiento de la ciudad por un largo tiempo y no noté ningún cambio relevante en la ciudad. En ese momento pensé que ese día podría hacer algo diferente. Iba a sentarme, observar e imaginar pero desde otro transporte. Ya era hora de un cambio.

Ya estaba haciendo una locura, así que elegí el transporte más extravagante. En la esquina de la calle había 5 hombres, cada uno con sus respectivas motos, y cada moto tenía pegado atrás un cartel que decía “Moto Taxi”, nunca había visto u oído hablar de ese nuevo transporte pero luego pensé que la verdad yo no sabía nada de Caracas. Me acerqué y le pregunté a Carlos si estaba libre, me respondió que sí y me entregó un casco.

Me monté detrás de él y me preguntó que a dónde me dirigía. Le respondí que a ningún lado, que sólo quería pasear y observar a Caracas desde otro punto de vista, me volteó los ojos y dijo está bien. Arrancamos y no podía creer lo que veía, millones de personas en sus carros, en un tráfico impresionante, nosotros pasábamos entre los carros y yo podía ver las caras de todos, esa tristeza, ese amotinamiento de estar encerrados. La gente en el metro no está tan deprimida. También vi toneladas de basura en el suelo, la gente en el metro no es tan sucia. Lo que veía era un mundo muy diferente al subterráneo, era bonito pero estaba cubierto de apatía y odio. La gente gritaba de un carro a otro, tocando la corneta con desesperación. En ese momento sentí lástima por Carlos, todos los días tenía que trabajar bajo estas circunstancias, tragando el humo de los carros, soportando el sonido de las cornetas, las malas energías que transmiten las personas, ese odio que se siente en el ambiente. Le pedí que me regresara justo donde lo había encontrado, me bajé y le di su dinero, le di las gracias y me alejé sintiendo mucha pena por él. Después de ver la realidad de la ciudad, volví a mi mundo subterráneo. Tenía muchas dudas sobre la gente, pensé que conocía a las personas, tal vez no todos son como los acabo de ver, la gente en mi vagón son diferentes, piensan en otras cosas además de lo cotidiano, ellos tienen vidas interesantes y no transmiten odio. Bajé corriendo las escaleras y me monté en el primer vagón.

Había sido un día muy extraño, me arrepentía por haber hecho una locura, y estaba muy decepcionado de Caracas. Estaba seguro de que la gente en mi metro era diferente, así que descifré una forma de probarlo y la encontré, por primera vez iba a hablar con ellos, iba a preguntarles qué estaban pensando, iba a saber si eran tan diferentes a Caracas como yo pensaba. Me levanté y les hice a todos la misma pregunta:

¿En qué estás pensando?


En nada.
En llegar a mí casa.
En la comida
Música
En todas las cosas que tengo que hacer
Nada
¿Perdón?
Nada
(Volteó la cabeza a otro lado)
Ya va
En deudas
Nada
En la hora
¿Que?
Nada
En comer
Nada
Necesito dinero
No
Vete
Muchas cosas
Voy tarde
No juego
¿Por qué?
Estaba sorprendido, indignado, no había ninguna diferencia entre ellos y las personas que hace un rato había visto allá arriba. Eran personas burdas, monótonas, muy diferentes a lo que yo pensaba. Pocas personas me sonrieron, otras pocas me respondieron, todos andaban muy pendientes de su día, de ellos mismos, no tenían tiempo para responderle una simple pregunta a un viejo curioso. Yo, que pensé que no había malgastado mi vida en ellos, me sentía traicionado.

Creo que nunca había querido ver la realidad de esta ciudad, la gente siempre está en una constante lucha contra el tiempo, nadie se para a observar a su alrededor, viven de la misma rutina, están envejeciendo y no pueden notarlo, pierden la vida en el tráfico, en el trabajo, esperando cosas que no van a llegar. Antes, no existía esa desconfianza entre las personas, ahora, la gente anda paranoica todo el día pensando que son el blanco de algún secuestro o robo, todas las mañanas en este metro se montan millones de personas que van a un sitio para en la noche devolverse a su casa. Yo tenía historias interesantes para cada uno de ellos, vidas diferentes, me di cuenta de cuan paralelas eran las vidas que me imaginaba y del bien que hice al alejarme de toda la sociedad. Tal vez no sea nadie y que simplemente sea una sombra para algunos pero soy alguien en mi cabeza, es tan diferente todo allí que hasta las personas son alegres, interesantes y divertidas.
Me quedo con mi mundo.

Después de tanto pensar en los problemas de la gente, en su apatía, en su desinterés por todo, traté de pensar en una solución. Las personas no son malas, es culpa del ambiente en el que viven, en los problemas del país y del mundo. Si yo fuera el presidente haría muchas cosas por cambiar el país para que la gente de verdad se parezca más a como yo las imagino. Creo que lo primero que haría sería complacerme un poco, arreglaría el metro, lo haría más grande, pondría más vagones. Trataría de eliminar la violencia y delincuencia en las calles, eso cambiaría mucho a las personas. La gente estaría más segura de poder salir a la calle y caminar. Haría campañas ecológicas para que el mundo no se derrita como mi cara. Inventaría nuevas rutas para que la gente no tenga que vivir en tráfico. Si todo esto cambiara, definitivamente la gente sería diferente, Caracas sería la mejor ciudad de mundo.

Estaba sentado en el primer vagón del metro, feliz, había encontrado la solución para la locura, sólo había que hacerla llegar. Ya no pienso tan mal de la gente, no es culpa de nadie, Caracas cayó en un hueco donde no hay luz, por eso todos andan desesperados, asustados. Yo sé donde está ese interruptor, ahora lo sé, y también sé que los puedo salvar.
En el único momento de optimismo que había tenido en mi vida sentí el dolor más fuerte que nunca más sentiré. Una bala atravesó el pecho, apenas y tuve el tiempo suficiente de reconocer a Raúl.

martes, 26 de mayo de 2009

Una historia cortísima de amor

1. están mas atravesados que el día miércoles.
2. ya me voy a bajar.
3. ay no que fastidio
4. pasión es vida
5. hongos, se me olvido.
6. zapato con chuleta.
7. queso crema.
8. no se me ocurre nada.
9. eres demasiado aburrido.
10. No tengo ni idea, mi amor.
11. Esto siempre esta full.
12. Que ladilla.
13. Una palabra puede ser cola.
14. Esperamos mucho.
15. Un perro es buen amigo.
16. Mas vale pájaro en mano
17. La ruta es segura.
18. No sé.
19. El sol es el principal del universo.
20. Tengo hambre.
21. La caña es sabrosa.
22. Quincena día de fiesta.
23. Tengo ganas de puyar.
24. Yo no dije nada.
25. No me bebí dos vasos.
26. La evolución.
27. Querer es poder.
28. Ni idea, guevon.
29. Amor urbano.-
30. Ni la más remota idea.
31. No se me ocurre nada bonito.
32. Liberación animal.
33. ¿no esta haciendo calor?
34. ¿Qué será?
35. Todo esta full.
36. Colabora con la limpieza.
37. El chocolate es muy rico.
38. Gracias por la pregunta.
39. Rojo es una palabra.
40. Árbol que nace torcido ni que lo fajen chiquito.
41. Viernes de aroma, a hartarse de caña y meter la paloma.

Esperamos mucho…esto siempre esta full. Ay no que fastidio, están más atravesados que el día miércoles, ya me voy a bajar. Todo esta full, ¿Qué será?
- No tengo ni idea. Mi amor.
La caña es sabrosa y la quincena día de fiesta. Tengo hambre, el chocolate es muy rico..
- El sol es el principal del universo.
- Eres demasiado aburrido.
- Querer es poder.
- Que ladilla.
La evolución del amor urbano y tengo ganas de puyar, pero no se me ocurre nada. ..
- ¿no esta haciendo calor?
- Ni idea, guevon.
- Mas vale, pájaro en mano…
- No sè.
- No se me ocurre nada bonito.
- Una palabra puede ser cola.
- El perro es un buen amigo.
- Ya me voy a bajar. Gracias por la pregunta.
Viernes de aroma, a hartarse de caña y meter la paloma... y no me bebí ni dos vasos

El mito de Sísifo

Un recogedor de basura se despierta a las 1:00 am a recoger la basura de la burguesía que duerme en ese momento; otro más se levanta de su cama en Catia se viste y va a recoger basura a Petare en horas de la tarde. El recogedor se baja del camión agarra todos los desechos y poco a poco los tira en el camión; como Sísifo carga la piedra hasta la cima de la montaña pero siempre esta piedra vuelve a caer y Sísifo baja la montaña para realizar todo de nuevo, aunque en esta historia siempre la piedra y la montaña son más grandes.

“No te afanes, alma mía por una vida inmortal, sino que apura el recurso hacedero” (Píndaro) piensa el recogedor y vuelve a subir una piedra más grande por la cuesta que crece. El recogedor sin previo aviso se fue dando cuenta de lo absurdo y fútil de su existencia, pero uno de esos días que bajaba la cuesta la bajó sonriendo, se dio cuenta que por lo menos luchaba por algo.

lunes, 25 de mayo de 2009

El nieto del hospital

En la sala de espera de la sección de fisioterapia sólo había dos viejitas que se quejaban porque no había vasos en el bebedero. Una leía la biblia y la otra se miraba las manos, veía de un lado a otro y miraba la televisión.

De vez en cuando salía un médico de una u otra puerta hablando con un marcado acento cubano. Cada vez que pasaba uno se me quedaba viendo de manera extraña, como preguntándose qué hacía ahí. Desde donde estaba sentado se veía la autopista y una vista muy buena de los edificios del norte de Caracas. En la sala había un cuadro de Chávez sonriendo, uno de Bolívar y otro de Chávez con Fidel.

Esta parte del hospital estaba dividida en diez puertas. Cada una implicaba un tipo de terapia distinta y supongo que detrás de alguna de ellas estaría Pablo; así que mi estadía en Fisioterapia supuso estar pendiente de cada puerta de la sala. En las puertas decía Masaje Infrarrojo, Podología, Terapia Ocupacional, Gimnasio, Diatermia, Logopedia y Foniatría, Fisiatría, Electroterapia I, Electroterapia II e Hidroterapia.

Se abrió Masaje Infrarrojo y yo miré la puerta fijamente. Salió un paciente; salió un doctor. No era Pablo. Y así me fijé con todas las puertas que se abrieron en esas dos horas.
Había decidido traerme Los detectives salvajes de Roberto Bolaños para ver si con eso podía llamar su atención. En un principio pensé en llevarme a Neruda, porque era comunista y chileno, pero después recordé que el Doctor Pablo había nacido en México, así que pensé en traer algo de un mexicano. Pensé en Paz, por ser un clásico; pensé en Villoro por contemporáneo, pero ninguno me terminaba de cuadrar; también pensé en traer La casa de los espíritus, pero me pareció que iba a ser muy obvio que un chamo que no tiene pinta de necesitar fisioterapia con La casa de los espíritus en plena sala de espera sólo quería llamar la atención de Pablo.
A veces cuando se abría una puerta y el médico no salía yo pasaba al lado de ella, como quien va para la puerta de al lado, y cuando estaba justo frente a la puerta abierta le miraba la cara al doctor y ponía mi ejemplar de Los detectives salvajes de manera que pudiera ser visto desde el consultorio. La cosa es que nunca vi a Pablo dentro de ningún consultorio; sin embargo, no se abrieron todas las puertas.

Al mediodía se me acercó una doctora y me dijo con acento cubano “¿Joven, qué hace aquí?, ¿qué quiere?”. Yo no sabía qué decir, obviamente no había preparado nada si esto sucedía. Pensé en decirle que esperaba a un familiar que estaba en consulta, también que yo era quién estaba esperando entrar. Entonces, cuando me dispuse a abrir la boca para decir cualquier cosa, apareció un doctor detrás de ella y le dijo, con un acento entre mexicano y chileno con un leve matiz cubano, “Juana, te buscan en emergencia”. Era él. Se veía como lo había visto en televisión junto a la hija de Chávez. Pablo Sepúlveda Allende estuvo frente a mí. Yo no sabía si decir algo o si sólo quedarme admirando al miembro de la aristocracia latinoamericana y probable padre del próximo presidente de Venezuela.
“Me salvaste, eres un salvador”, pensé. Antes de que se diera la vuelta y siguiera a Juana, vi que me vio; vio mi ejemplar de Los detectives salvajes, levantó el dedo pulgar de su mano derecha, me sonrió y se fue. Nunca pude saber en qué puerta de Fisioterapia trabajaba. Después de eso, salí huyendo del CDI Salvador Allende antes de que alguna Juana volviera a preguntarme qué hacía en la sala de espera de Fisioterapia de aquel hospital.

A punta de escopeta

Desperté sobresaltada, el reloj marcaba que era pasada la una de la mañana y un ruido desacostumbrado y repetitivo me había sacado de mi profundo sueño. Me tomó un par de minutos darme cuenta que aquel ruido provenía de mis mascotas: cinco perros, todos de razas diferentes, que ladraban con ferocidad. Me limité a abrir la ventana y gritarles con voz autoritaria que hicieran silencio. Lo único que logré fue que ladraran con más fuerza. Lo que sucedía afuera, según supe después, era otra historia. Los perros habían percibido varios cuerpos que, inmóviles, esperaban en la oscuridad. Cuerpos expectantes que sudaban adrenalina. Eso olían los perros, llevándolos a ladrar con toda la potencia de la que eran capaces, desesperados por hacernos saber que había dos hombres dentro de nuestra pick-up y tres más escondidos entre los árboles que bordeaban la calle, armados con escopetas. Nunca me perdonaré no haberlos tomado en serio. La verdad es que los ignoré y en pocos minutos dormía profundamente.

Algo me despertó: sonaba el teléfono. La voz entrecortada de mi vecino me relató algo tan inverosímil que incluso me pregunté si no estaría soñando. Más que un sueño, era una pesadilla. Mi vecino y amigo, Alfonso, es una persona normalmente fría y de temperamento calmado, que ahora me pedía, al borde del llanto, que lo ayudara porque algo terrible había sucedido. Me vestí rápidamente y salí a la calle. Ahora, frente a frente con Alfonso, su historia tomó forma y se hizo real: habían secuestrado a su hijo. Recordé en una fracción de segundo todos los años que tenía conociendo a aquel chamo, ahora un adolescente de dieciséis años. Mis pensamientos fueron interrumpidos por el celular de Alfonso que sonaba. Atendió.
-¿Aló? -Tiene una hora para conseguir quinientos millones o matamos a su hijo. Lo seguiremos llamando.
Soy psicóloga, pero no hace falta tener un diploma para entender la profunda desesperación que embargaba a mi amigo. Lo tranquilicé. A estas alturas la urbanización entera estaba despierta. Comenzó un operativo tenso, veloz, y plagado de terror, para reunir la mayor cantidad posible de dinero. El celular volvió a sonar. Alfonso estaba fuera de sí. Me valí de mis conocimientos y lo guié a través de la segunda conversación con los secuestradores. Buscábamos apaciguarlos.
-¿Sí? -Quedan cuarenta minutos. Quinientos millones. -Lo que quieran con tal de que no lo lastimen. -Eso depende únicamente de que nos pague. -Lo haré.
Trancaron. La tensión crecía, pasaba el tiempo y no estábamos ni cerca de reunir la suma acordada. Los secuestradores siguieron llamando, cada diez minutos, para recordarnos que el tiempo se acaba.
-Tic Tac. Quedan veinte minutos. La vida de su hijo depende de usted
Se acabó el tiempo. De alguna manera el dinero recogido sumaba cien millones. Temblábamos de pánico en espera de la próxima llamada. El silencio tenso en que nos habíamos sumido fue roto por un sonido que ya se nos hacía familiar.
-¿Tiene el dinero? -Tengo cien millones -Eso no es suficiente -Es todo lo que pude conseguir, es mucha plata –dijo Alfonso, repitiendo las palabras que yo le susurraba. -Está bien. Móntese en el carro. Mantenga el celular prendido y lo iremos guiando. Venga solo, si llama a la policía o intenta alguna trampa, le pego un tiro a su hijo.
Alfonso obedeció sin pensarlo dos veces, prendió el carro y salió de la urbanización. Me contaría luego que aquellos hombres lo guiaron a través de toda la zona, haciéndolo cruzar una y mil veces, atravesando callejones solitarios, hasta hacerlo perder el sentido de orientación. Finalmente, le indicaron que se parara en la próxima esquina, que se bajara del carro y que colocara el dinero en el piso. De la oscuridad salió una figura que tomó el paquete, y corriendo desde el final de la calle, su hijo. Pasé los siguientes días desconectada de la realidad, temerosa, frágil. La tranquilidad que me permitía dormir cada noche había sido secuestrada, entre ladridos, a punta de escopeta.

Propuestas:

Para apostar por la vida en Caracas necesitamos de un plan que se dirija a todos los aspectos de la inseguridad. En especial, es importante aumentar el número de efectivos policiales que patrullan la ciudad, a fin de que los caraqueños estén protegidos más eficazmente.
Además, es importante atacar todas las variantes socio-económicas relacionadas con esta problemática. Entre ellas se encuentran el desempleo, la falta de educación, la drogadicción y la pobreza. Todos estos factores son causa directa de los delitos que crean una atmósfera de inseguridad.
También influye un aspecto socio-cultural, que se refiere a la extrema violencia que ha caracterizado, en fecha reciente, a nuestra sociedad. El poder que obtiene el más violento y el más fuerte, y condiciona las interacciones sociales, sobre todo en los estratos bajos de la población. Por ello, es importante inculcar a la población una cultura de la paz y de la civilidad.
En fin, la inseguridad es una problemática de muy diversas aristas, por lo que necesita de un plan integral que atienda cada una de ellas.

viernes, 22 de mayo de 2009

Los santos y sus vestiduras

Una dolorosa tarde de abril presenció su casamiento. A metros, el hombre cuyos pasos ha seguido celosa y secretamente fue sometido a la pregunta: "¿Acepta usted renunciar a María Alcira Astorga irremediablemente por todos los tiempos venideros y consecutivos?" Sí, sí, sí oyeron con ecos infinitos sus oídos. La pareja se besó. La celebración se dio. Mas desgarramiento, turbación y finalmente inconsciencia fueron los estados anímicos y opresores de la joven.

De modo que Alcita, como era llamada por sus hermanas, despertó la mañana siguiente con el corazón debajo de la cama. Enviudada de amor, decidió renunciar para siempre a la posibilidad de darse a otro.

La etapa subsiguiente no fue ligera en modo alguno. A pesar de sus intentonas, fueron muchas las veces que debió hacer visita con su familia a su sujeto, al mismísimo Sebastián Rodríguez del Toro, y a su señora esposa Brígida del Toro. Para atenuar las penas generadas por estos encuentros, Alcira ocupaba como podía sus días, su mente y su cuerpo. Se dedicaba al arte de coser, al cuidado de las flores y a la producción culinaria. Sin embargo, tan sólo el cultivo del alma; la lectura, la música y especialmente el rezo, constituyó un alivio real.

De todos los actores de su mundo; sus personajes, sus composiciones y sus santos, su predilección recaía en la Virgen de la Coromoto. Generosa, noble y comprensiva, ella conservaba sus secretos y acariciaba con cariño su ser y sus convicciones. Las otras voces, las de los héroes griegos, de las eminencias francesas y de los violines ingleses, todos ellos parecían reconocer su rango frente a la supremacía de la inmaculada.

Fue durante un paseo en las cercanías del río de Anauco, cercano a la casa de su imposible amor, donde Alcita alcanzó una comprensión superior. Quizás fue el flujo incesante de agua, quizás las aves que sobre su cabeza volaban, quizás la fuerza que sobre sí brindaba el cielo. De cualquier modo, captaría con nitidez: la luz solar coloreaba las calles, el viento barría las hojas, las sales condimentaban las carnes, las letras dan forma a las ideas, la tierra materializa las plantas, pero nadie, ¡nadie, nada!, vestía y cuidaba a los santos de este mundo.

Atravesada por la idea de la existencia de esta injusticia milenaria, Alcita dedicó su talento y su ímpetu a la causa de embellecer a sus figurillas de santos, especialmente a su Virgen de Coromoto. Tal fue la salida a sus dolencias. El amor por Del Toro recayó sobre aquellas piezas. El placer carnal y el trascendente se abrazaron con fuerza en el hábito de Alcira, quien se dedicó a ejecutar silenciosa y privadamente su oficio.

Así vivió Alcita los días y las noches de sus años, puntada a puntada y velo a velo. Venturosa, entendió y experimentó que la soledad no es más que el sol generoso durante los años de la edad, si quienes acompañan los caminos son los santos debidamente vestidos.

Cuando llegue Julio

Cuando llegue Julio ustedes van a ver.

Cuando mi abuela escuchaba la palabra Julio no la relacionaba ni en lo más mínimo con el mes en que ella nació. Ni pensaba en el nacimiento de Bolívar, ni en la firma del acta de independencia de su país, ni en que un Julio que ella no esperaba, llegaría.

Aún así, Julio, el que ella sí esperaba, no sólo llegaba, sino que también se iba.

Mi abuela hoy tiene sesenta y cinco años, y tal vez mañana tenga setenta. La subjetividad que el tiempo en esta historia derrocha permite que no mencione fechas, años, y mucho menos, meses. Era una trujillana relativamente analfabeta que vino a Caracas a buscar una mejor vida (cuando llegue julio todo va a cambiar, mamá, en julio nos vamos pa’ ya’ para Caracas) y, si bien no sé si la encontró, puedo asegurarles que encontró una casa en Carapita y encontró también a El Ejecutivo.

Posiblemente ustedes se pregunten ¿Qué ejecutivo? ¿Raúl Leoni, el presidente de aquella época? Pues no, se trata simplemente de uno de los mejores restaurantes de Caracas que había para aquel entonces. El Ejecutivo, restaurant que, antes de ser cerrado, quedaba en plena Avenida Intercomunal de Antimano. Allí trabajaba mi abuela, y cantaba mi abuelo.

Mi abuelo era un caballero que cantaba canciones de amor, y esto le era suficiente para conseguir que todas las mujeres se rindieran a sus pies. Mi abuela no fue la excepción. Unos cuantos pedidos, y unas cuantas canciones bastaron para enamorar a mi abuela.

- Julio me ama, nos vamos a casar y viajaremos por todo el mundo –decía mi abuela.
- ¿Tú estás loca, mujer? ¿Tú crees que un cantante famoso como él va a estar enamorado de una campurusa como tú que no sabes ni escribir?
- Pues sí es verdad… no puedes firmar ni el acta de matrimonio Jajaja
- ¡Sigan! ¡Sigan así sin fundamento! ¡Cuando llegue Julio ustedes van a ver! –repetía mi abuela, una y otra vez.
Julio Jaramillo, el cantante famoso (que en paz descanse bajo el manto del señor, diría mi abuela), comía y cantaba en el restaurant El Ejecutivo, lugar en donde enamoró a una mesonera del lugar, mi abuela. Mujer que no pudo resistir ver un cantante famoso, escuchar sus canciones de amor, y estar con un hombre nueve años mayor que ella.

Cuando llegue Julio ustedes van a ver.

Julio no llegó. Mi mamá le dio el pedido a Julio Jaramillo y no le cobró la cuenta. Al obtener lo único que de mi abuela podía obtener, y sin ánimos de diseminar su apellido por América, Julio compró el restaurant y lo hizo desaparecer, así como él lo hizo.

El Julio que mi abuela esperaba nunca llegó, sin embargo, nueve meses después, algo nuevo llegó a su vida.

- ¿Cómo se va a llamar? –le preguntó una mujer con un niño en brazos
- Julio –dijo mi abuela delirando- …Cuando llegue Julio.
Y aquella mujer no supo que mi abuela sólo esperaba que Julio Jaramillo le pusiera el nombre a su hijo. Mi abuelo no lo hizo, tal vez por eso mi papá se llama Julio Bravo.

jueves, 14 de mayo de 2009

Por amor

Me llamo Marcel y hoy me encuentro en el mirador de Valle Arriba, con una serie de emociones inexplicables que corren junto a mi sangre por mis venas. Solo cargo papel y lápiz, unos cuantos billetes en mi bolsillo, un recuerdo, un anillo y una esperanza que me hace temblar el alma. No sé por qué, pero viene a mi mente la historia de Madeleine y Enrique, ambos ecologistas que se conocieron hace ya bastante tiempo en una de esas vueltas que de la vida, de la cual hoy no haré mención.
He sabido que aquel día se encontraban trotando éstos dos ecologistas en Parque del Este. –Vamos trota Enrique, ¡las endorfinas son buenas! levantan el ánimo, así nos sentiremos mejor.-No puedo seguir (decía jadeante Enrique), me siento tan cansado de tanto trotar que no sé lo que siento. En ese momento Enrique cae de rodillas al piso y dice –¿Sabes qué nos hará sentir verdaderamente mejor?, acostarnos aquí y ver como vuelan y cantan las aves desde lo alto, mirar las flores y sentir que la brisa nos acaricia el rostro como solo ella sabe hacerlo-. Enrique se acostó en la grama y Madeleine también lo hizo, recostando su rostro sobre el abdomen de Enrique.
Admiraban cada cosa que podía ser admirada en ese momento. Vivían cada segundo, cada instante, y de pronto un sombra nublo el momento. Era un hombre alto que los obligaba a ellos y a todos los que allí se encontraban a abandonar Parque del Este.- Parque del Este será clausurado desde el día de hoy, hemos descubierto petróleo aquí (decía el hombre) -. Todas las personas hacían caso de esa orden tan arbitraria. Fue entonces cuando Madeleine se levantó y se dirigió a todos diciendo:
-Con la clausura de Parque del Este se le estaría quitando un lóbulo al pulmón de Caracas, a largo plazo ésta medida no solo nos afectaría a los venezolanos, sino que también al mundo entero. Parque del este tiene algo mágico que te transporta, que te hace soñar y reflexionar, te eleva junto a tus pensamientos a las alturas y te hace sentir que tocas las nubes. Junto al silencio infinito de los árboles del parque podrás encontrar las ideas más grandiosas y las respuestas más ocultas de tu corazón.
-Enrique agregó: Dejen que las personas disfruten de este pedazo del cielo en tierra que Dios le ha regalado a Venezuela, déjennos contemplar desde aquí al imponente Ávila que nos rodea a diario. Por amor a sus hijos, no les contaminen el aire, déjenlos reír y olvidar las penas en éste maravilloso parque. A quien no le duela la futura generación y que no le importe que los demás se ahoguen, que empiece a cavar en esta tierra.
Las personas que se encontraban en el parque comenzaron a unirse, cada uno comenzó a dar un breve discurso sobre lo importante que es para Venezuela y el mundo Parque del Este. Fue entonces cuando los corazones de las personas de las que tenían en sus manos picos y palas se ablandaron, y comenzaron a dejarlas caer al piso y se iban uniendo a las personas que rechazaban la medida de cierre.
No sé con exactitud lo que realmente sucedió ese día, solo sé que hoy puedo reír y llorar en Parque del Este, puedo desahogar mis penas allí, sé que de no haber pasado lo que sucedió ese día a Caracas le faltara el aire. Tampoco sé el porqué recuerdo todo esto ahora, quizás sea porque siempre esta latente el orgullo que tengo por estos dos ecologistas que resultan ser mis padres. Quizás sea que el tener a una parte de Caracas a mis pies me ha puesto nostálgico o puede ser que… - Marcel fue interrumpido por una voz-
-Hola Marcel, disculpa si te interrumpo - Dijo Alexandra muy suavemente mientras Marcel dejaba de escribir y giraba su rostro para confirmar que era la voz que el creía que era-.
-¿Tú aquí?, pensé que ya estarías fuera del país en este momento… ¿Cómo supiste que estaba aquí?
-Simplemente me di cuenta de que sabía en que parte estabas. Con respecto a la otra pregunta… He cambiado de idea, creo que por amor. He decidido quedarme y estar aquí para ti, quizás sea una locura pero no hay nada peor que el no haberse arriesgado y luego preguntarse si de verdad valía la pena hacerlo, así que prefiero equivocarme y aprender de mis errores antes que tener que cargar con la duda por siempre.
-Cuando llegué aquí a valle arriba, tenía la esperanza de que vinieras pero la misma se iba desvaneciendo con cada segundo transcurrido. Y ahora…
-Y ahora estoy aquí. Frente a ti. Intenté controlarme pero mis latidos cardíacos se hicieron más intensos y me dejé llevar por mis impulsos, me dejé llevar por mis sentimientos. La verdad es que quiero flotar junto a ti, estar feliz hasta el delirio y bailar como posesa contigo. Quiero que seas mi guardián. Quiero amarte más con cada palpitar y con cada respiro. Quiero…
-Silencio -Dijo Marcel- . Cierra tus ojos y camina hacia donde estoy yo. Deja que tu corazón te guíe. –ella hizo todo lo le decía. Cuando estaban frente a frente él se colocó detrás de ella y la abrazó por los hombros-. No mires.- Acercó su mejilla junto a la de ella. Tomó el pétalo de una rosa roja que se encontraba allí y metió la mano en su bolsillo-. Abre tus ojos.- Alexandra los abrió y observó que sobre la mano de Marcel había un pétalo y sobre el pétalo un anillo de diamantes, a eso se sumaba la vista de Caracas y el imponente Ávila-. ¿Lo aceptas? (dijo Marcel). Lo acepto -Dijo sonriendo-.
* El amor es el sentimiento capaz de traspasar cualquier obstáculo, fue por amor que Alexandra decidió volver y arriesgarse. Fue por amor a Caracas y a un futuro mejor que los ecologistas de esta historia decidieron dar el primer paso y alzaron su voz. Es por amor mi querido lector que usted y yo hemos nacido. Por amor se acelera nuestro corazón y empezamos a pensar a como dar el primer paso. Es por amor y perseverancia que contra todo pronóstico y contra toda lógica pasamos las barreras, saltamos abismos y alcanzamos lo que más queremos. Anímate, esfuérzate, se valiente y atrévete, enamórate, arriesgaste, lucha por lo que de verdad es bueno en esta vida y enfréntate con fuerza a los obstáculos. Confía en Dios y él transformará tu lamento en baile y cambiará tu circunstancia. Y recuerda que aunque la probabilidad no esté a tu favor... ¡Puedes lograrlo!. Gracias

Los pecados del asfalto

Mientras un pequeño ha de tirar del guaral del papagayo, el sol desciende asemejando el declive del cometa, una víbora de acero corre a toda velocidad bajo el suelo de una sinfonía de cornetas causadas por el suburbio del caótico apocalipsis citadino. El manto de la noche a cubierto el cielo de Caracas y sólo se aprecian las estrellas que hacen de lentejuelas para adornar la noche intoxicada de penumbras.
Deambular por las frías y oscuras calles de aquel lugar nos dejan anécdotas; anécdotas que reflejan una realidad imposible de ocultar. Frente a los ojos de la Iglesia un escándalo total, no así para el manantial de lujuria que abunda en el lugar, no hay teoría que explique lo visto en casa paso que hay en los tacones de la duquesa que desfila por la acera, la teología no encuentra demostración alguna del por qué y decide ocultarse bajo una pared de insultos y críticas hacia el tema.
Mientras tanto, Sasha prefiere esconderse bajo la voz elegante y sensual de la que alguna vez en su vida fue grave e imponente, bajo el corsé se encuentra aquella delicada cintura y aquellos senos pincelados por Van Gogh, que alguna vez fueron los mismos de aquel adolescente fornido y robusto; sin embargo, bajo aquel delirio de belleza con corazón de dama se encuentra la maldición de llevar consigo un vientre en el cuál el único destino a la fertilidad será ninguno.
Después de situarse en el punto de encuentro, La Plaza las Delicias, para luego partir a ser llamada por el toque de las bocinas; Sasha parte a una noche más, el primer Casanova hace presencia y no es necesario citar a Neruda para seducir, en plena avenida comienza la subasta de un cuerpo capaz de saciar la sed de cualquier pervertido a sus pies. Un hotel barato se hace esperar, la piel de los cuerpos que hace de sabanas se manifiesta, el alquilado canto de un orgasmo se hace notar; entonces, ella regresa al sitio donde la única condición para permanecer es un pensamiento netamente libre y liberal, decide vaciar sus bolsillos donde no hay frío, pero hay más nieve que en cualquier polo siempre y cuando se trate de un asunto llamado aspirar, más tarde luego de exponerse a la burla de algún puritano que ronda el sitio, la historia se repite, en otro hotel, sobre el asiento de un coche o en las sonoras santamarías de algún local, durante toda la madrugada ocurrirá, hasta que el pequeño decida echar a volar el papagayo junto con la salida del sol y amanezca.
Un lugar que en su firma estampa la palabra libertad, en una atmósfera liderada por el pecado cotidiano, la cuna de polémica, el emblema del sexo y las líneas de cocaína, hacen llamar a este lugar La Avenida Libertador de Caracas, donde al igual que Sasha decenas de prostitutas y travestis dan esencia al lugar noche tras noche.

Guillermo Geraldo Rodríguez

El Jardín Botánico

Cuenta la historia que hace ya muchos años atrás, en un día soleado de primavera, tuvo lugar una convención de plantas, árboles y flores de Venezuela. Definitivamente era una reunión muy especial para la flora de este país.
Había plantas de distintas partes del estado, algunas de ellas eran muy hermosas, otras de colores increíbles y de aromas inigualables. Al encontrarse todas allí presentes, claro con un elegante retraso, se dio inicio a la conferencia. Entonces, con aires de superioridad, se levanta la agraciada Orquídea a expresar el motivo que las unió a todas ellas esa misma tarde.
-Atención mis queridos hermanos de la naturaleza, primero que nada quiero agradecerles por su asistencia el día de hoy, y segundo, creo que ha llegado la hora de tomar la decisión sobre la creación del jardín, que ya hemos planteado varias veces en el pasado, pero sin concretar nada aún-
Creo yo - dijo alegremente el Araguaney – que es una muy buena idea el de reunir uno de cada especie aquí presentes, y formar así uno de los más bellos y grandes jardines de estas tierras.
Pero como siempre existe el grupo que está en desacuerdo, y uno de ellos era el Cardonal que con su voz grave se dirigió al público- ¡Imposible! Me niego a llevar a cabo este proyecto, ¿quién de verdad está dispuesto a dejar la comodidad y el hábitat natural de nuestros hogares? para que los llamados humanos nos examinen, como si estuviéramos enfermos o fuéramos especies extrañas.
-Pero ¿por qué tan necio? – Dijo tranquilamente la Rosa de la Montaña – Sabes muy bien que va hacer una oportunidad increíble, todas las personas podrán admirar nuestra belleza y estudiar nuestras magníficas características.
-¡Es verdad! Además el jardín ayudara a incentivar la conservación del ambiente, todo esto es por una buena causa amigos– mencionó el gran árbol de Caoba.
-¡Qué ocurrencia la tuya! Qué barbaridad que piensen semejantes tonterías, me opongo a marcharme de mi lugar y dejarme caer en manos de unos ingratos- refutó el Urape Blanco.
-¿De verdad creen que ellos nos van a apreciar? No lo pienso – comentó el Samán-
-Ay dejen la testarudez de una vez por todas, no entienden que con esto va hacer posible que conozcan el mundo vegetal, ¡Nuestro mundo! – aportó la Palmera, ya cansada de la misma discusión.
Siguieron debatiendo por algunas horas más, hasta que al fin se acordó fundar el jardín. Sin embargo todavía quedaba un punto por resolver: ¿Cómo lograrían crearlo?
Para su fortuna un humano que espiaba detrás de una roca alcanzó escuchar todo el plan, y decide ayudarlas en su causa tan noble y simplemente grandiosa. Él les aseguró que nada tenían que temer, que las cuidaría y las respetaría, a lo que las plantas accedieron, ya que en él se podía leer la sinceridad en su mirada.
Este Hombre llamado Tobías Lasser, les prometió buscar ayuda y abrir el Jardín Botánico de Caracas. Poco a poco especies de todo tipo de vegetación se fueron mudando al jardín, el cual sería su nueva morada. Y fue así que en 1958, cumpliendo su palabra, se inauguró este punto de encuentro entre la naturaleza y el hombre. En él llegarás a observar sorprendentes colores, formas y admirarás la belleza de cada especie, características que definen a nuestra querida Venezuela.
Samar Yasmin Hokche Y.

Atravesando la Araña

Cuando se llega a Caracas
Capital de Venezuela
Lo primero que te encuentras
Es un sinfín de rarezas.
Ranchitos en las montañas
Decoran a la ciudad
Mientras que el distribuidor La Araña
Te da paso a la capital.

Ocho son sus salidas
Y uno puede escoger
Si a Montalbán o La Guaira
Deseas ir a caer.

Con ochocientos metros de largo
Y hecho de puro concreto
El Distribuidor La Araña
Es orgullo de los caraqueños.

Se inició con Pérez Jiménez
Y siguió con Betancourt
Pero fue con Raúl Leoni
En que “el pulpo” vio la luz.

Si estás de paso en Caracas
Y tiene ganas de rumbear
Atravesando la araña
A las Mercedes llegarás.

Con genial arquitectura
Se define esta creación
En la que todos los ciudadanos
Van de rincón en rincón.

Viajeros de todo el mundo
Conozcan esta ciudad
Que del Ciempiés a La Araña
A algún lado llegarán.


Jeliana M. Rodríguez R.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Parque del Este

¿Qué es una vida de castigo?
…una vida de lástima y de fracasos…
y es que acaso soy un testigo de tu miseria y destrucción,
uno de aquellos que ven pero que no dicen nada ante la situación.

Pero, es que acaso soy yo el culpable de tu posición,
De tus desordenes o malas acciones….
Me gustaría de veras poder ayudar,
Pero me siento tan pequeño en un mundo tan grande
Que ni mi voz se llegaría a escuchar.

¿Qué pasaría si todo estuviera realmente predeterminado…
O qué si la vida realmente se nos ha acabado?
Todo esto nos puede pasar por la mente en algún momento.

Siento que agonizas lentamente,
Que quieres luchar fuertemente,
Vivir y reencarnar…

Quisiera que vieras otro mundo debajo de esas estrellas que te arropan;
Quisiera correr por tus praderas aunque no las tengas;
Quisiera por un instante aguantar la respiración por un tiempo indefinido
Y poder saber que puedo estar contigo y estar seguro.

Por mucho tiempo fuiste mi amigo de recreación,
De juegos y de mucha diversión,
Y no importa las veces que me caí y lloré,
Lo importante fue que siempre estuviste allí para hacerme feliz.

No importa que tu grama ya no sea tan verde como antes,
Ni que tus grandes montañas imaginarias se hayan ido,
Tus juegos antiguos y extraterrestres hayan muerto,
Lo importante para mi sigue siendo tu esencia, aquella que sé que no cambiará

Esta noche cuando veas a la luna brillar, pide un deseo,
Cuando sientas el susurro de un bienestar, pide un deseo,
Y aun cuando vuelvas alzar la mirada
No tengas miedo de pedir un deseo.

Labramos nuestros propios caminos,
¡Grita!
Debemos darnos con nuestra propia voz aunque nos cueste,
¡Entonces grita!
Regresa y crea tu propio ser
Porque es el tiempo verdadero para nacer.
¡NO eres tan sólo un lugar eres algo mucho más!

Por un momento vi tu rostro en mis sueños
Y por eso te llamé “Este”,
Y aunque muchos otros de llamen diferente
…yo siempre te llamaré mi “parque del Este”

Rafael Enrique Delgado Sornes

Más allá del asfalto

Recorrer Caracas puede ser un suplicio, pero una mirada atenta permite redescubrirla desde ángulos inesperados –me dije mientras conducía mi Spark.
Vivo en la Guaira pero trabajo en la capital, todos los días me levantó a las cuatro de la mañana y me enfrento a esa marejada humana que recorre la carretera como si el destino fuera la mismísima Meca. No era éste un día diferente, y el último túnel me expulsó directamente al distribuidor Araña.
En plataformas de concreto, en subidas y bajadas vertiginosas, (que recuerdan los toboganes de la infancia), se desplazan diariamente miles de personas con destinos diversos y variadas procedencias, van hacia y desde Caracas, describiendo trayectorias que, a pesar de ser rutinarias, son trascendentales. La ciudad se convertía gracias a ellos en un organismo vivo, por cuyas arterias palpitaban sus habitantes.
Me fui dejando llevar por el tráfico. No era difícil, me guiaba sin pensarlo y, antes de darme cuenta, estaba en ese espacio tan particular que es Plaza Venezuela. La ciudad que amanecía me saludaba, matizada por mi parque favorito: El Ávila.
Enfilé rumbo hacia el norte y en poco tiempo estaba en la Cota Mil. Tuve la perfecta sensación de volar, de recorrer por el cielo la ciudad de tonos dorados que se extendía a mis pies. Al menos por unos minutos. El maravilloso sentimiento terminó en el instante mismo en que me vi atrapado en una cola que ocupaba los dos sentidos de la vía. Una cola de esas largas, de horas, de las producidas por accidentes de tráfico inverosímiles que te amargan el día. El tiempo pasó muy lento. Empecé a hartarme de observar la placa del carro de adelante y del aire caliente que inundaba mi carro.
La impaciencia se desplazaba entre los automóviles con movimientos sinuosos. Parecía burlarse de las cientos de personas que permanecían atrapadas, casi al borde de la histeria, en aquellas cafeteras con ruedas que estaban casi recalentadas. Los motorizados exasperaban a todos. Las altas temperaturas se elevaban del pavimento y, poco a poco, el estrés aumentaba. Los cornetazos y los gritos parecían ser la única forma de comunicación.
Fiscales motorizados me pasaron por al lado, pero la cola no se movió ni un centímetro. Mi paciencia llegaba a su límite. Me sentía atrapado, encerrado. Tres horas más tarde y tan sólo quince metros más adelante, me obstiné. Bajé del carro y respiré…una gran cantidad de dióxido de carbono. Me tomó un par de minutos darme cuenta de la situación. Estaba a pasos del lugar más hermoso de Caracas: en el medio de aquel tráfico, en el medio del asfalto, el Ávila y su verdor de árboles me llamaban. Antes de poder pensarlo me encontré cruzando al otro lado de la vía.
En un instante descubrí que no era el único de la idea. Otros habían abandonado sus autos y ya se internaban en la montaña, al tiempo que muchos detrás de mí me imitaban. Pronto los carros quedaron apagados, inmóviles, silentes. Sus conductores los abandonaron, como huyendo. Todos caminábamos sin mirar atrás.
Quisiera decir que sé que sucedió a continuación, la verdad es que no tengo ni idea. Al principio caminábamos sin rumbo, pero paulatinamente retomamos el sentido de la realidad y descubrimos aquello que nos rodeaba. Los árboles nos susurraban al oído y la paz se extendía. A medida que caminábamos quedaban cada vez más distantes los sonidos de la ciudad, las cornetas y sirenas de ambulancia. Parecía que el pulso del ambiente se tornaba más lento y nos arrastraba con él. Con el viento tenue que movía las hojas se fueron alejando nuestras preocupaciones, empezamos a relajarnos y a sonreír. Ya no teníamos calor, la impaciencia se había esfumado, en el medio de aquel paraíso no tenía cabida nuestra cotidiana agonía.
Una cascada apareció de pronto a nuestra derecha, su sonido nos embargó por completo. Terminamos por olvidar aquel universo que latía furiosamente más allá de las fronteras naturales. Simplemente nos detuvimos y nos sentamos en la grama.
Supe luego que se había desatado el caos en la Av. Boyacá: finalmente las autoridades habían logrado levantar el choque y esperaban que los vehículos comenzaran a moverse; cuál no sería su sorpresa cuando notaron que a lo largo de varios kilómetros no había conductores tras los volantes. De alguna forma descubrieron la fuga masiva hacia el parque y comenzaron a seguirnos los pasos.
Sentados en la grama mirábamos la luz pasar a través de las ramas y de las hojas, hasta que decidimos reanudar nuestra marcha. Fue entonces que nos alcanzaron los funcionarios del I.N.T.T. e intentaron que regresáramos a la Av. Boyacá y moviéramos nuestros automóviles. Nos resistimos y corrimos hasta llegar a un cortafuego: un espacio desértico, sin vegetación, destinado a impedir la propagación de los incendios a otras alturas. En ese instante, la visión que se extendía a nuestros pies nos detuvo de golpe: ahí estaba Caracas bajo la luz de la tarde, pujante, incesante, rítmica y hermosa, ruidosa y a la vez arrulladora, ahí estaba nuestra ciudad como nunca nos habíamos detenido a observarla. Ya nuevamente a nuestro lado, los funcionarios se detuvieron también y miraron, como si fuera la primera vez que se encontraban con la urbe que parecía sumergida en una niebla mágica. Nos sentamos todos en el suelo sin producir un sonido.
Fue entonces que hicimos una pausa y dejamos que el Ávila se apoderara de la ciudad. Poco a poco nos invadió una paz perfecta que provenía, ahora, de la conciencia de que más allá del asfalto y de las viejas grietas, Caracas podía detener su pulso y mostrarnos, desde ángulos inesperados, su belleza y armonía.

Jessica Márquez Gaspar

Autobiografía de Pablo

Una vez más me hallo aquí sentado, perdiendo un tiempo valioso que siempre quiero perder. Un pequeño acto que se vuelve cada vez más una adicción. Simplemente me siento, observo e imagino. Cada vez que puedo voy, me siento y sacio mi adicción.
Para contar bien mi historia tengo que contar la de ellos, ya que desgraciadamente las adicciones son cosas verdaderamente serias, y en algunos momentos es más importante calmar la ansiedad que vivir, más fácil, esta adicción se convirtió en mi vida; Pero yo no diría que estoy perdiendo mi vida con este problema, para mí es como ganar más vidas, más historias, más posibles futuros amigos, más futuras posibles novias, etc.
Bueno, me llamo Pablo y me encanta dar largos paseos en la playa justo en el atardecer, mentira, la verdad, sí me llamo Pablo pero me encanta sentarme, observar e imaginar. Seguro pensaran que es estúpido y que no tiene sentido, pero es cierto y sí se puede volver una adicción. Mi día normal consiste en levantarme bien temprano e irme a comprar un ticket de metro, llego y me monto en el vagón donde haya menos gente, busco asiento y espero. Seguro se preguntarán, a donde se irá a sentar, observar e imaginar? Pues a ningún lado, sólo me quedo sentado allí, en un vagón cualquiera hacia cualquier dirección.
Mientras estoy ahí sentado, observo a la gente de mi alrededor; Me fijo en la persona más interesante del grupo y me imagino su vida, sus historias, su trabajo. Preferiblemente elijo a personas mayores, siento que tienen más experiencia e historias maravillosas, justo hoy entró una señora llamada Ana, tenía 87 años de edad, la piel blanca como una camisa nueva Ovejita y los ojos color esmeralda. Ana vino de Varsovia hasta acá en barco hace 72 años, su esposo era judío y por eso decidieron huir. Ana es una de esas abuelas que cocina los mejores postres y siempre tiene caramelos en su cartera, su cara mostraba un agotamiento general, pero tenía esa voluntad de que no se iba a dejar vencer por los años que llevaba. En fin, como vieron la historia de Ana es mucho más interesante que la mía, es por eso que prefiero imaginarme la historia de los demás.
Justo el otro día decidí dejar esta necesidad, empecé a caminar y aún así, no podía parar de imaginarme las historias de la gente que pasaba al lado mío, después de un tiempo decidí dejar de engañarme y volver al metro, de todas formas no podía parar de observar e imaginar, y vamos, es mucho más cómodo hacerlo sentado. Después de otro tiempo volví a decidir otra cosa, y ésta era aún más radical. Iba a escribir todas las historias de las personas interesantes que pasaban junto a mí. Empezando claro, con mi escasa interesante historia. Mi nombre es Pablo, y me hallo una vez más sentado, imaginando, pero esta vez no observo, sólo escribo, me describo y por supuesto, los describo.

Andrea Gómez

La pequeña Gran Caracas

La bruma avileña despierta a la ciudad,
aunque la bruma sea cada vez menor,
los caraqueños fieles a nuestra versatilidad,
despertamos para enfrentar a la contaminación.
Con los techos rojos en el recuerdo,
las goteras de los techos de zinc,
con el barro en la escalera,
el caraqueño añora su arepa.

Desde Palo Verde a Propatria,
la ciudad se estremece.
De la tierra nacen sus ciudadanos
y es el color de la tierra quien inunda el trabajo.

Sabana Grande y su Boulevard,
hoy sin buhoneros, mañana con buhoneros,
ayer con intelectuales y jugadores de ajedrez,
hoy con roba carteras otra vez.

Sus desfiles perpetuos de automóviles,
adornados por vendedores de piratería,
la cerveza y el platanito,
son la mejor mercancía que ofrece el chamito.

El Silencio y sus torres ruidosas,
Parque Central y su torre quemada,
ciudadanos que por una tajada
cantan cualquier tonada.

La humedad del asfalto,
producto de la ballena.
Los estudiantes corriendo
y el Presidente riendo.

Los museos y el Ateneo,
el Teresa Carreño y su eco,
reflejo del caraqueño
que no se queda en su lecho.

Villanueva y su sueño,
el Aula Magna, sus nubes,
sus historias, sus caprichos,
sus clandestinos y sus padrinos.

Y el Maestro Billo
que tanto quiso a nuestra Caracas,
la Billo´s Caracas Boys
sucumbe hoy ante el reggaeton.

Oh mi Caracas,
tan noble, tan callada,
tan ejemplar, tan secular,
tan viva, tan muerta.

Oh mi Caracas,
hoy te escribo, mañana te lloro,
hoy te sobrevivo, mañana me lloras,
no quería yo morirme sin contarte mi historia.

Jordy Enrique Moncada Cartaya

Un lugar en Caracas

Todos los días despierto aquí, en mi ciudad, en Caracas. Su luz es siempre cálida y brillante, acogedora, parece abrazarme. No podría describir lo que se siente vivir en ella, ni podría escoger un lugar, pues todo es igual de especial.
Cuando decido levantarme de la cama y pienso en todo lo que tengo que hacer, no me doy cuenta de que el escape más rápido de las preocupaciones es salir de paseo. Me digo: es sábado, puedo hacer lo que desee. Me doy un baño apresurado, pero más apresurado es el momento en que me visto. Me asomo a la ventana: es hora, me esperan. Bajo las escaleras corriendo, ¿A dónde iré hoy? De seguro será genial, después de todo esto es Caracas.
El escenario: árboles dejando atrás a otros a gran velocidad, edificios que parecen surgir del horizonte, personas caminando y compartiendo el mismo tesoro que yo. Mi música suena mientras me dirijo a lo que será un buen día.
Por fin hemos llegado: la montaña más imponente (para mí) se alza como una ola delante de nuestros ojos. En el Ávila puede respirarse el aire más puro. Está nublado en la cima, tal y como me gusta, como si me recibiera. Comienza el ascenso que al principio cansa, pero luego reconforta. Dejo el lugar en donde todos suelen pararse y continúo subiendo, pues mi objetivo es otro distinto a descansar.
Ahí está mi ciudad: puedo ver cómo se dispersan las nubes y me dejan ver lo que quería ver. Aunque los edificios no estén alineados tienen cierta armonía y están donde deben estar, como si fueran piezas de un gran juego de ajedrez. Qué gracioso, se podría decir que estoy viendo todo desde la perspectiva del rey.
Comienzo a fijarme en la flexible cinta que recorre todo: los puntos que se mueven sobre ellas, y que en algunas partes sencillamente no se mueven. El tráfico es inevitable, pero podría asegurar que cada persona que vive aquí lo extrañaría. ¿Caracas sin tráfico? Es como pretender que exista el mundo sin las personas que lo hacen ser mundo.
Se nubla todo de nuevo, la magnífica vista que me ofrecía la montaña ha desaparecido y me indica que es hora de irme. Siempre he dicho que la bajada es más suave, pues ya no hay nada que nos presione. Finalmente, cuando ya he llegado al final de mi aventura, subo al auto de nuevo, pero ahora más feliz.
El trayecto es el mismo, aunque en sentido contrario. El sol va ocultándose detrás de las montañas, y lo que hizo el día para aparecer ahora lo hace la noche. La luna, blanca como la nieve no es la misma que en otros lugares y mi música me acompaña de nuevo mientras llego a casa.
Lo mismo otra vez: ir a dormir, como si hubiesen regresado el tiempo. Lo único distinto es que la sonrisa que tuve al levantarme no es igual a la que tengo ahora. Serán dulces sueños después de todo. Gracias, Caracas...
Gabriela Camacho

Miedo y asco en Plaza Venezuela

Mirándome las manos, lo único que puedo pensar es en lo ridículo de esta situación.
Él vuelve a presionarme el cañón de la pistola contra el costado. Se siente como cuando tu novia te da toquecitos en las costillas para que te rías, te dé cosquilleo y eso. Esto no da risa.
Tratemos de poner de lado el hecho de que en el avión me estuve diciendo que una vez en casa me tomaría mi medicación. Por supuesto, eso no ha sucedido, gracias a la aparición de Juanito Alimaña y ahora, durante un clásico atraco caraqueño, estoy teniendo un ataque de ansiedad grandeliga. O sea, veámoslo con realismo: ¿cuáles son las probabilidades de que esto suceda? Vivo cinco años en Madrid, la capital de un país que de vez en cuando se ve asediada por estúpidos psicópatas terroristas sin que me pase nada y aquí me puedes ver ahora, en el mismo día que llego a Caracas para la boda de mi primo, asaltado en Plaza Venezuela. Son las once de la mañana. A mi alrededor parece que hay quienes saben lo que está pasando, pero nadie hace nada. El pacto tácito del silencio.
“¿Esto es todo lo que tienes tú?” me dice él y, en medio de los carros, motos y autobuses dando vueltas a nuestro alrededor, suena como “Pablito clavó un clavito.” Trato de explicarle que doce mil bolos (o doce bolívares, como sea) es lo único que tengo porque literalmente es la única cantidad en moneda nacional que guardé desde que me fui, pero me rindo a mitad de la oración. No creo que a él le importe mucho eso. Y hablando claro, me da como miedito la clase de ideas que le pueden cruzar la mente cuando le diga que vengo de Europa. Levanto la cara al cielo y el sol matutino me aturde. Aunque no puedo garantizar que no son vainas mías, puedo sentirlo achicharrándome el cerebro. Estoy sudando de más y estoy muy consciente de mi respiración, subiendo y bajándome por la garganta como un torrente de goma, pesada, molesta, asfixiante.
Esta mañana me bajé del avión, entré en el aeropuerto y me dije que “viví en Caracas la mayor parte de mi vida. Puedo sobrevivir una semana más.” Estúpido, estúpido. Estúpido.
“Entonces, bichitos” vuelve a presionarme él. Tiene la cara regordeta, los dientes un poco separados y está muy bien vestido. Parece que fuese a ver a una chica que trata de impresionar; yo no soy una chica (o no lo era la última vez que revisé), pero estoy poderosamente impresionado, aunque creo que la pistola influye mucho más en mí que su apariencia.
“Pana…” le digo. “Te juro que eso es todo lo que tengo. Estoy llegando a Caracas…” y mientras hablo, estoy pensando “¿Me veo culpable? ¿Irá a creerme? ¿Todas las personas que son atracadas tienen estos pensamientos?” Siento como si tuviese una corbata de plomo. Quiero vomitar y me sorprendo imaginándome su reacción si vomito sobre él. Aprecio demasiado la vida. Opto por contenerme. Por no vomitar.
“Ta’ bien, ta’ bien, tranquilo, vieja” dice él, yo suspiro de alivio… y me suena el celular. Blackberry último modelo, se conecta a Internet, te prepara el desayuno y te da besitos cuando te sientes solo. Él me mira el bolsillo de la chaqueta. Yo me miro el bolsillo de la chaqueta. A mi lado, un autobús da un grito y exhala una nube de humo negro, como un calamar mecánico gigante.
“Cayó esa rata, vale” dice él, sonriendo.
Puedo imaginar mi rostro de miseria absoluta, llevándome la mano a la chaqueta y sacando al que se ha vuelto el organizador de mi vida. “Las cosas que posees, te poseen” leí una vez. Ya no recuerdo quién lo escribió ni dónde lo vi.
“Ta’ bien el peluche…” me dice él, mira a un lado, guardándose el Blackberry y se pierde entre la multitud en una de las aceras cercanas. Ahí estoy, en medio de la gigantesca redoma de Plaza Venezuela, con una taza gigante de Nescafé montada en uno de los edificios a mi derecha. Solía gustarme andar por aquí, aquí crecí, en Plaza Venezuela rondé con mis panas, mi familia, mis novias. Ahora los motorizados les gritan a los taxistas, los peatones se chocan entre ellos, dos perros se pelean por el último pedazo de hamburguesa que se le cae a uno de los perrocalenteros. La torre de La Previsora (tan familiar que casi es una tía… muy gorda) me dice que son diez para las doce y toda mi ansiedad e inseguridad se concentra en una sola pregunta: ¿Fue Caracas siempre así o alguna vez esta gloria colonial en ruina fue realmente sucursal del cielo?
No paso por la casa. Voy a la boda de mi primo directamente, en un taxi que cojo ahí mismo, y que después paga mi mamá, más derrotado que paranoide. Dos cosas captan mi atención en el momento en que llego a la iglesia: la primera es que mi primo se está casando con una de mis ex-novias (luego me entero de que está embarazada). La segunda, Juanito Alimaña está entre los invitados. Ahora entiendo la buena pinta, entiendo su aroma a colonia de bebé. “Usted está entrando en otra dimensión” puedo oír en mi cabeza. “Una dimensión donde lo real y lo irreal se mezcla. La Dimensión Desconocida.”
Acabo de pagarle al taxista y ahora tomo otro taxi, que me lleve de retorno a la casa. No he saludado a nadie, no he hecho acto de presencia per sé, pero ahora soy el niño que se esconde con su mamá… siendo “mamá” una Plaza Venezuela alguna vez magnánima. Al entrar en el apartamento, sigo, autómata, a mi cuarto, lo único preservado en las condiciones en las que lo dejé. Colapso sobre la cama y a mi lado, sobre una almohada, un libro. Miedo y Asco en las Vegas. Eso era lo que estaba leyendo cuando abandoné mi entorno natural. Nunca lo terminé y ahora, poseído por fuerzas superiores a mí, lo abro. Leo el primer capítulo. Con el libro sobre la cara, me quedo dormido.

Victor C Drax

La mitad de Rosaleda

El abuelo Ramón tenía más de ochenta años cuando hablo por primera vez de Rosaleda. La había visto por primera vez cuando bajaba del tranvía que iba a la pastora, llevaba un vestido blanco y vaporoso con un delicado escote en el pecho y un broche en la cintura, tenÍa el pelo negro y los ojos verdísimos. Luego se entero que era nieta del conde de la Madriz, aquel noble que tenía una casa en la esquina que todo llamábamos Madrices, ella no vivía ahí, por supuesto, sino unas casas más arriba por eso mi abuelo la esperaba siempre en esa esquina antes de seguir con su faena de cargador en una panadería.
Ella tenía una posición muy acomodada e iba siempre con una institutriz que tenía su casa de primeras letras cerca de la plaza Bolivar, se veía muy fina y educada, siempre caminaba con elegancia y cuando mi abuelo se le acercaba este se bajaba el sombrero, pero ella nunca lo miró, en vez de eso apuraba el paso y decía entre dientes : “que sucio”. Pero a mi abuelo poco le importaba su desprecio, mas bien, cada palabra era para el una nota de música en su oído de hombre sin fortuna y un dia cansado de tener que encerrar y memorizar el sonido de su voz, busco de ella un recuerdo permanente. Pero pasaban los días y a el nunca se le ocurría la mas miníma idea de cómo tener un recuerdo de ella. Se rumoraba que ella se casaría pronto con un capitán importante y que se la llevaría a vivir para Europa, donde su padre tenia un cargo diplomático, pobre mi abuelo, no tener como obtener a la figura amada que como toda figura, no podía verlo. Pero él la amaba de lejos, como una estatua de museo y así podía estar toda la tarde, esperando a que ella pasara por la plaza Bolivar para el bajarse el sombrero y ella le tirara algún desprecio.
Pero un día en la plaza se instaló un gringo, y el gringo llevaba una cámara. Una verdadera exquisitez, de esas que solemos ver en las películas mudas, que tienen en el lente una especie de acordeón plástico y una cortinita negra con un flash que se dispara con polvorín. El gringo salía tomarle fotos a las parejas recién casadas y a las familias completas que posaran para el. Entonces a mi abuelo se le ocurrió la maravillosa idea de hacerse asistente del gringo e iba a ayudarlo con las fotografías los fines de semana. Habían pasado varios meses y mi abuelo se había afanado mucho en el oficio de aprendiz de fotógrafo, al punto que el gringo podía dejarlo solo una jornada entera y sentirse seguro.
Era domingo cuando el gringo se reportó enfermo y mi abuelo se quedo todo el día tomando fotos en la plaza: niños, parejas y señores elegantes que precisaban fotos para documentaciones diversas. Mi abuelo con sumo cuidado atendía a cada uno como si fuere el único y siempre atento con la sonrisa a más por las propinas que pudieran darle. Entonces desde lejos venía una multitud montada en una carroza llevada por dos sendos caballos blancos y escoltada por mariscales con cascos dorados, una multitud de elegantes y traposos por igual se congregaba alrededor de la carroza, porque desde la ventana de la carroza lanzaban reales. Mi abuelo se quito el sombrero, porque estaba seguro que no había pareja que no parara en la plaza a tomarse una foto de su boda y en efecto la carroza paro al lado de la plaza, los mariscales se bajaron de sus monturas para ayudar al novio a descender de la carroza por un lado.
Mi abuelo y otros varones querían ver a la novia, mi abuelo se imagino a una de esas caraqueñas de alcurnia cuya pálida piel y enfermizos ojos no encenderían siquiera el tabaco mas seco, pero en vez de eso se bajo una sílfide que vestida de blanco, ocultaba si mirada detrás de un velo de seda. Su cabello negrísimo llevaba un rubí como broche y su piel banquísima era contrastada con la pintura roja que coloreaba sus labios, caminó hacia el fotógrafo agarrada del brazo con su esposo y ambos se posicionaron frente al lente.
Mi abuelo muy discretamente había convenido el sombrero en el piso pos la propina. El novio le dejó un fuerte en el sombrero. Mi abuelo solicitó entonces que la novia se quitara el velo, el novio lo hizo por ella. Ahí estaba frente a su lente finalmente, la muchacha de los desprecios, se había casado con el capitán y ahora posaba para el, muy distinta a su seriedad, ahora quería esbozar una sonrisa con toda la candidez de una recién casada, sus ojos verdísimos brillaban llenos de calor y dulzura, no reconocía en el fotógrafo, la figura casi harapienta del muchacho que para ella se había quitado el sombrero tantas veces, ahora sólo tenía palabras dulces para aquel fotógrafo que la inmortalizaría en un papel con tono sepia.
Mi abuelo le sonreía tímidamente y hacia un esfuerzo supremo para ocultar toda la desazón que le causaba la escena, el único recuerdo de su amada y era de su matrimonio con otro hombre y sin tener la miníma esperanza siquiera de conservar la fotografía. La tomó lo mejor que pudo y empezó con el proceso de revelado y mientras esperaba el efecto de los químicos, podía observar a la pareja haciéndose mimos cariñosos y de atención, mientras recibían buenos deseos de todos aquellos que pasaran por la plaza.
Terminado el tiempo de revelado, se acercó a la pareja y con su voz más triste le confesó que la foto se había velado y no había salido, que habría que tomarla de nuevo y que eso tomaría 45 minutos más. La muchacha entornó los ojos y caprichosamente se devolvió a la carroza, el capitán sonrió conforme y pago el monto de la foto y se despidió de mi abuelo:
-perdóneme por la foto, mi capitán…usted y su señora….
-Rosaleda, mi señora se llama Rosaleda.
Así descubrió mi abuelo que la muchacha de los desprecios se llamaba Rosaleda. Antes de entregar el equipo al gringo. Mi abuelo guardó la foto revelada que se negó a entregar al capitán en el bolsillo de la camisa y cuando llegó a su casa, corto finamente la parte donde aparecía el buen capitán y sólo dejó la mitad de Rosaleda y ese fragmento de fotografía fue el que guardo en una cajita de madera durante el resto de su vida.
Cuando abuelo terminó su historia, estaba descansando. El tabaco que encendiera se había apagado y me parecía que se había quedado dormido en actitud de espera. Yo estaba de pie y con el ala de su sombrero oculte los ojos de mi abuelo que ya dormía, supuse que estaba esperando a Rosaleda y no quería que ella le viera llorar.

NOELIA DEPAOLI

Caracas: refugio de ánimas

Llena de supersticiones y leyendas estuvo hasta principios del siglo XX la ciudad de Caracas. En sus calles y moradas siempre se le dio cabida a los cuentos y a las innumerables historias de ultratumba, que en tan reiteradas ocasiones sirvieron para acobardar a más de un inocente.
En esa Caracas primitiva e ingenua, la carencia de luz llegada la noche, permitía a todos los lugareños sumergirse en un sin fin de fantasías y pensamientos, protagonistas de cada velada y que no era sino hasta el regreso del resplandor solar que marca el inicio de cada día, que desaparecían de la mente de todos, para apoderarse de ella, nuevamente, ante la llegada del próximo anochecer.
Con cuentos e historias sustentadas en esta Caracas nocturna, se llenó a más de un infante renuente a dejarse llevar por los brazos de Morfeo con temores que obligaban a estas inocentes almas a sucumbir ante la necesidad de caer en un sueño no deseado.
Fúnebres cantos y voces atormentadas, irrumpían en los sueños de más de un caraqueño por aquellas noches en que lo desconocido provocaba pavor a cualquier supersticioso. Era muy común escuchar en las plazas, esquinas y pulperías, cómo los habitantes de esta Caracas se referían a dichos sonidos nocturnos como los cantos de espíritus que rondaban las calles desoladas y ennegrecidas por la noche, como penitencia en este mundo de errantes.
Por aquellos tiempos, un grupo de jóvenes imprudentes y curiosos, decidió adentrarse por primera vez en aquella Caracas nocturna, una Caracas distinta, solitaria, silenciosa como el arrullo del viento en una tarde de verano, oscura y profunda como el mayor de los miedos que un ser humano pueda albergar dentro de sí, y por sobre todo, desconocida y llena de secretos que aquella noche estos jóvenes armados de valor develarían finalmente.
Con el temor presente en cada espacio de sus seres, aquel grupo de curiosos se adentró en esas calles desoladas, apacibles y profundas, por las que ningún hombre querría transitar, a la espera de encontrar respuesta a los cantos y sonidos que impedían a ingenuos consolidar una noche de absoluto descansar.
Aunque renuentes a creer las historias que los lugareños atribuían a estos sonidos, hubo la suficiente susceptibilidad en este grupo de jóvenes para que aquella noche lo desconocido produjera en ellos un miedo como ninguno que hubieren sentido jamás.
Luego de un tiempo de tortura psicológica en aquellas calles despavoridas, descubrieron, de la forma menos deseada, la razón del insomnio de tantos caraqueños.
Un grupo de sombras revestidas por mantos tan blancos como la nieve, portadoras de majestuosas hachas envueltas en fuego, sorprendieron a los jóvenes, que al verse frente a semejantes entes infrahumanos, sintieron un horror que más adelante transmitirían a toda la ciudad en son de advertencia.
Despavoridos por aquel implacable miedo producido por las ánimas que tan sorpresivamente aparecieron ante ellos, huyeron de dicho lugar, salvaguardando así sus vidas y los recuerdos de aquella aterradora noche.
Luego de esa noche no quedó duda acerca del origen de aquellos aterradores sonares. Ninguno de estos inoportunos jóvenes volvió a pisar la Caracas nocturna, ni vaciló jamás de su innegable poder, creándose así, una de las leyendas urbanas más conocidas durante los siglos consecuentes, y más importante aún, dándosele el nombre de dichos espantos a el lugar de sus apariciones, “Las Ánimas”, populosa esquina capitalina, testigo de lo que aquella noche del siglo XIX ocurrió en una Caracas con mucho más que contar, detrás de un tenue manto de brillo lunar y la insaciable curiosidad del hombre.

Jesús Alejandro Matheus Spósito