lunes, 1 de junio de 2009

Natividad Celiz

Minutos antes de empezar la entrevista una enfermera a modo de ponerme atento me dice que su humor cambia de color como el camaleón, decidí tomarlo en cuenta y a las dos con treinta y cinco de la tarde, como quien esta a nada de ser subido al trono y ser nombrado rey, con la misma sonrisa de una miss universo y el mismo andar de una recién coronada, así llego ella, Natividad Celiz con poco menos de un metro sesenta, con unas manos que delatan su edad y una cantidad de arrugas igual al numero de pasos que ha dado desde aquel lejano 1910, se presenta nerviosa pero emocionada, toma asiento con ayuda de la enfermera de mirada desconfiada y me pregunta, sin rodeos - ¿Eres periodista? ¿Tan joven? – le digo que no, pero no me escucha y ya son 98 años escuchando verdades y mentiras, creo que omitir esta parte no cambiara lo que vivió en la hacienda “La Valentinera” ubicada en Ocumare del Tuy, sus primeros trece años fueron así, como quien solo vive para ser feliz, haciendo y deshaciendo, sin estudiar, sin saber multiplicar y menos dividir entre tres cifras, pero sus pupilas se dilataron en ese momento y me di cuenta que nada de eso le hacia falta.

Una hacienda gigantesca según recuerda, La Valentinera pertenecía a su abuela de la cual ya no recuerda el nombre, hacienda rebosante de cafetales y arrozales – evidentemente esa fue la mejor parte de su vida pues la garganta se le ensanchaba con cada palabra y se le agudizo relampagueante cuando hablo de sus padres, pues con esos pobres trece año la dejaron para no volver y queda absolutamente sola y ya sin hacienda, sin abrazos, sin familia: Caracas, embarcándose sin destino, siguiendo el consejo de una señora de la cual tampoco recuerda su nombre pero si su rostro – en medio de esto me dice que es capaz de volver a verme en un mes y recordar mi cara como si la acabara de mirar, eso es algo que debo comprobar- En el largo camino a Caracas los nervios la invadían, la ansiedad de no saber que hacer con trece años y noventa y cinco que aun le quedan sin saberlo se encuentra sola en el terminal y la venezolanidad cándida espontanea de todos nosotros y de la que tanto se nos hace poseedores se pone en evidencia, de la mas inesperada esquina una señora de piel morena y con ojos cafés la aborda preguntándole – ¿A donde tu vas mijita? – ¿Yo? Vengo de Ocumare del Tuy – ¿Sola? – Si sola mis papas se murieron y me vine a buscar trabajo- Así Natividad comienza a vivir la ciudad buscando trabajo en casas de familia, viviendo de sus manos, criando a hijos que no ha parido y planchando ropa que no es de su marido.

Pero esto cambió con la llegada del señor Fernando García, su príncipe con botas a media pierna y nariz achatada en el medio como si viniera de una vida boxística, esta es una nueva etapa para Natividad, ahora si los que-haceres del hogar eran para su hogar y pagados con calor de gente, pero como corta es la vida del mosquito así es la felicidad de Natividad que parece darse tumbos etimológicos y en vez de ser sinónimo de nacimiento parece sinónimo de muerte y llanto.

Tuvo un hijo y un marido que vivieron poco pero que recuerda mucho, – justo ahí el corazón se hace tan diminuto como los granos de café que había en la Valentinera – sus ojos se hicieron agua, los míos también, sin saber que hacen los periodistas en estos momentos tuve que darle mi mano esperando cualquier cosa de ella – recordando las palabras de la enfermera con respecto a su temperamento – pero ella, tiene noventa y ocho años y sabe como responder a el trato nervioso de un joven “periodista”. Sin duda alguna tiene lucidez y tiene paz, pues Natividad tiene el blanco alrededor de los que no han obrado mal y de los que esperan callados y atentos lo que saben que va a venir.

Termina la entrevista casi a la fuerza pues es hora de comer para Natividad Celiz, me despido gritándole al oído porque ahora omitir mi despedida no seria algo justo, me da un consejo antes de irse “los jóvenes de hoy tienen que ser pilas y tienen que ser agradecidos” – tratare de ser “pilas” y agradecido, también quiero vivir noventa y ocho.

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